Si Valle-Inclán echara una ojeada a la sociedad de hoy encontraría una fuente de inspiración tan grande que la que le llevó a escribir su obra más universal, Divinas palabras, en la que destapa las miserias de la corrupción y la avaricia humanas. Eso mismo piensa el tres veces Premio Nacional de Teatro, José Carlos Plaza, que dirige una vez más la representación junto al Centro Dramático Nacional y Producciones Farraute y que recala en el Teatre Principal este fin de semana, con funciones mañana a las 19.00 horas y el domingo a las 12.00 y 18.00 horas. Con un reparto de 11 actores que interpretará a más de 50 personajes, Plaza recrea –y se recrea– en un texto que «sigue estando muy en boga».
Ha dirigido esta obra repetidas veces a lo largo de su carrera, ¿cómo cambia su aproximación al texto?
— Va cambiando conforme leo las partes más cercanas a la sociedad de cada momento. En su época, por ejemplo, funcionaba más la parte de la pasión y la avaricia, ahora lo hace más la de la corrupción. De todas formas, es una obra tan grande que no se acaba nunca y ojalá se pudiera hacer más veces.
¿Cómo se refleja la corrupción en el texto de Valle-Inclán?
— Cuando un obispo o un militar se vacuna antes que una persona mayor sin que les toque, Valle está más presente que nunca. Este mundo es un charco de podredumbre y hay una parte de la sociedad que está construida para hacernos peores seres humanos. Quienes deberían dar ejemplo, como sacerdotes o militares, no lo hacen y parecen más podridos que el resto.
¿Cree que Valle-Inclán hubiera encontrado una gran inspiración en la actualidad con ejemplos como el del obispo Taltavull?
— Valle hubiera hecho una obra de teatro maravillosa sobre lo del obispo. Es algo patético, esperpéntico y disparatado. O, dicho con otras palabras, es Valle-Inclán puro y duro.
¿Cree que es virtud del autor o un defecto de nuestra sociedad que Divinas palabras sea actual?
— Es una virtud de Valle claramente. Fue un adelantado a su tiempo. Aumentó y profundizó en una sociedad que amó y despreció. Consiguió conocer muy bien las raíces de su país, de dónde venía y lo que hemos llegado a ser. Eso se ve en la obra.
La función es muy física con 11 actores para 50 personajes, ¿cómo se lleva esa exigencia?
— Para la gente del teatro es algo fantástico. Ese juego actoral con diferentes sensaciones y sentimientos de la que, además, se va viendo su transformación. Hay que convencer al espectador de que lo que ve, una mentira, es verdad. Un continuo juego de espejos muy bonito de presenciar en su proceso artístico.
¿Qué opinión le merece el trato al ámbito cultural por parte de las autoridades?
— En Madrid la dicotomía entre el gobierno de la comunidad y el de España es tan tremenda que, si el Gobierno actúa, es un dictador y si no lo hace deja sus obligaciones de lado. Creo que a nivel nacional, el Gobierno está intentando ayudar a mucha gente en lo que se puede, pero en Madrid, PP y cultura son dos palabras que se chocan una con otra.
¿Cómo cree que las nuevas generaciones reciben clásicos como Divinas palabras?
— Valle continúa vigente porque sus palabras, sentimientos, imágenes y estilo están en plena boga. La gente joven lo recibe muy bien porque es un lenguaje vivo que no muere, y continúa llegando al espectador independientemente de la edad que tenga.
Hablando de las nuevas generaciones, ¿tiene algunas palabras que dedicarles ante un panorama tan sombrío?
— Me gustaría decirles que no se aten a necesidades no obligadas que se tienen, pues son mentira e impuestas. Se puede mantener la dignidad y el rigor a través del estudio, el tesón y la técnica. Mi consejo es que se mantengan, que sigan, porque se puede. Aunque a veces parezca que no.