El poeta y traductor Gabriel de la S.T. Sampol (Palma, 1967) acaba de firmar su primera traducción de Clarice Lispector, un referente de la literatura portugesa (aunque era ucraniana de nacimiento) y de la que se celebra el centenario de su nacimiento. Lo hace con la editorial Lapislàtzuli, que regenta el también escritor Jon López de Viñaspre, y con el título Com van néixer les estrelles, una recopilación de leyendas de la selva brasileña en las que los doce meses del año se convierten en doce historias bellas y mágicas, aquí ilustradas por el artista Cesc Pujol.
Debuta en la traducción de Clarice Lispector, pero ya había leído alguna de sus obras...
— Conocía su obra adulta, pero no sus cuentos infantiles, como son los de este libro Com van néixer les estrelles, aunque claro está que los pueden leer también los adultos. Así que ha sido gracias a Jon que he descubierto esa faceta suya. Como no vivo de traducir puedo elegir lo que traduzco y me gusta que algunos editores me propongan traducir libros que no había leído antes.
Entonces tiene más libertad a la hora de escoger los proyectos.
— Si uno vive de la traducción tiene que aceptar todo lo que le llega. Por ejemplo, yo nunca traduciría a Paulo Coelho, pues es una literatura que no me interesa aunque guste a muchos. Aunque también hay grandes escritores a los que no me apetece traducir, por ejemplo António Lobo Antunes. El mismo editor me lo ha ofrecido dos veces, una novela y un libro de crónicas, pero es un autor que, con todos mis respetos, no me atrae. Por otra parte, empecé a traducir a Eça de Queirós, considerado el gran escritor realista de las letras portuguesas, como el Flaubert portugués, pero no conseguía avanzar. Eso también me sucedió con Balzac. Debe ser cosa de los realistas.
¿Qué le cautivó para aceptar traducir a Lispector?
— Si me hubiera ofrecido traducir una novela de adultos de Clarice, me hubiera hecho más respeto. Puede que lo hubiera intentado, como reto, porque ella juega con el lenguaje y y construye frases imposibles. Aunque en este libro no es tan exagerado, supongo que se contiene porque sabe que lo leerán niños. Por otra parte, ella se enfadaba cuando decían que era difícil y hermética a la hora de escribir, ya que, aseguraba, ‘yo me entiendo perfectamente.' Bueno, luego es verdad que hay un cuento para adultos que reconoce que no se entiende tan bien.
¿Cree que sus obras son difíciles?
— A ver, las cosas como son, sus obras para adultos no son de lectura fácil. Hay mucha gente que no accede a ella o no le gusta...
¿Cómo definiría su literatura?
— Ella deconstruye o desintegra el lenguaje y lo vuelve a crear, no es que lo deje desintegrado, pero sí hay frases que te descolocan. Eso sería, insisto, en sus obras para adultos, no en estos relatos de Com van néixer les estrelles. Aunque quien haya leído a Lispector también la verá en estos relatos; notará que son unos cuentos especiales.
¿Cree que se la ha tenido en cuenta como se merece?
— Su marido era diplomático y eso le daba cierta estabilidad y era todo un personaje. En el mundo luso sí que está bastante reconocida y es uno de los grandes nombres de la novela brasileña junto a Guimarães Rosa. Aunque nunca fue una autora de bestseller. Pero si salimos del mundo portugués, es conocida en determinados círculos y es verdad que con el centenario ha habido más interés por publicarla y leerla.
¿La literatura portugesa está arrinconada?
— No ocupa el lugar que debería, como toda la que no es inglesa o francesa. Si nos vamos a los clásicos, por ejemplo, a Camões deberían ponerlo a la altura de Shakespeare y no siempre es así. La gente solo conoce algunos nombres, como el de Pessoa o Saramago.
Adia acaba de reeditar Quilòmetres de tul per a un petit cadàver, de Antònia Vicens. Usted trabajó con la autora en la revisión del texto.
— Sí, pero ella es la gran revisora, la que toma las decisiones, yo soy más asesor. Le hago propuestas, pero ella es la que manda, claro. Ya lo hicimos también con la reedición de La santa.