Tyrannosaurus, una de las primeras novelas de Guillem Frontera (Ariany, 1945) vuelve a estar en librerías más de cuarenta años después de que se publicara por primera vez en 1977. El sello catalán Club Editor recupera esta delicada historia en la que Frontera denunció los abusos de la Iglesia y que el autor escribió diez años después de salir del Seminario Seráfico de la Porciúncula de Palma. La obra, que trataba estos asuntos tan oscuros y delicados, fue víctima de la censura y estuvo encerrada siete años hasta que pudo ver la la luz, poco después de morir el dictador Francisco Franco.
Por culpa de un fraile la novela salió tarde...
— Por lo visto este fraile, un censor de buena reputación, había tenido una vida un poco irregular en la que ejerció de profesor de seminario y había cometido abusos. Creyó que me habían contado su historia a mí y que yo la había novelado. Se metió en la cabeza esa idea e hizo todo lo posible para que nunca viera la luz porque, en ese caso, sería una mancha para su carrera.
Estuvo cinco años en La Porciúncula, ¿cómo recuerda esa época?
— Ingresé allí a los pocos días de cumplir 10 años y me fui a los 15. Fue una época de claroscuros. A mí no me obligaron a ir, incluso a mi madre, porque mi padre ya había muerto, no le hacía gracia. Pero yo insistí porque tenía un tío franciscano que vivía en Estados Unidos y además, nuestro mundo, en un pueblo como Ariany, era muy reducido. No teníamos ni campo de fútbol. Así que cuando vinieron a hacer campaña de recaudación, algo que Miquel Bauçà explica muy bien, me conquistaron con que allí tenían una buena equipación de fútbol y con que vería el mar y podría bañarme.
¿Presenció o vivió algún abuso?
— A mí por suerte no me pasó nada, pero sí al compañero que dormía en una cama cerca de la mía. Aquel hombre se sentaba a su lado, por la noche, cuando todos dormíamos, y le metía las manos por debajo de las mantas. Algunos lo vimos e hicimos como un frente, como una rebelión. Esto ocurría mucho y le aseguro que lo sabían todos los frailes y sacerdotes e incluso el obispo. Es brutal y sucede más de lo que se dice, mucha más gente podría hablar, pero calla.
¿Alguna vez lo denunció?
— No. Era la sociedad del silencio. Desde dentro no podíamos decir nada y cuando salías había una libertad con límites: la sociedad católica mallorquina.
¿Se arrepiente de no haberlo denunciado?
— No, porque escribí esta novela y además uno tiene que sacarse estas historias de encima cuanto antes. No quería que me persiguiera toda la vida. No salí de allí directamente agredido, pero sí que lo estaba por la atmósfera. Había mucha insistencia en que no pudiéramos tener intimidad, ni con nosotros ni con nadie. Como ya explico en la novela, el lema siempre era ‘compañeros de todos, amigos de nadie'. Nos querían solos y aislados. Después he sabido de otras historias de allí y de otros seminarios todavía más escandalosas.
Echando la vista atrás, ¿siente resentimiento de todo aquello?
— No siento rencor. Lo importante es esclarecer los hechos. Luego no tienes que querer que todo ese trabajo, por aclararlo, lo revierta o se convierta en algo que sea un lastre. El resentimiento, el rencor, la envidia... tenemos que desprendernos de todo esto, porque se vive mejor sin ellos. Los resentidos acaban solos.
En esta reedición incluye un epílogo titulado L'aflicció dels àngels, escrito en la actualidad, donde narra un encuentro con el fraile que censuró la novela.
— Es un encuentro literario que nunca sucedió. La literatura nos permite iluminar hechos desde otros ángulos para que se vea mejor. Nunca hablé con ese fraile, pero aproveché una anecdótica visita a Madrid para imaginármelo, víctima del tiempo y de los remordimientos y que, al final, también lo paga. Creo que lo que pasó en realidad no nos dice tantas cosas de este personaje como el relato.
En este epílogo se define como uno de los ángeles afligidos.
— Con el título, que juega con la ficción y la realidad, quería reflejar ese ambiente opresivo, con todos esos niños tirados ahí. Era una sociedad supuestamente libre, pero al lado de las prisiones y los campos de concentración había quien podía imaginarse un futuro. En ese mismo mundo, en esa misma isla, había un campo de adiestramiento por una causa que consideraban noble. Allí dentro te iban forjando de tal forma que tú dejaras de ser tú y de que renunciaras a ti mismo para convertirte en un instrumento que pudieran manejar.
Allí también reproduce una ‘conversación' en el que el fraile asegura que estaba enamorado de ese niño.
— Este hombre no es un monstruo, es producto de la misma sociedad en la que hemos nacido. Sí comete monstruosidades y deja víctimas.
Mirando al futuro, ¿en qué está trabajando ahora?
— Me estoy peleando con una nueva novela, que escribo sin prisas, poco a poco. Es bastante duro y me exige cierta valentía porque ocurren cosas que me trastornan. Es un libro duro pero también tiene mucha aventura y viajes a Brasil, Haití, Santo Domingo, Cuba... El protagonista es un mallorquín que tiene la oportunidad de coger un negocio que le dejan sus suegros.