El otoño ya ha llegado a la Toscana y con él la cosecha de la uva Sangiovese, joya autóctona con la que se elabora el Brunello di Montalcino, uno de los vinos más exquisitos del mundo, que suele acompañarse de las oriundas trufas blancas.
Rodeado de tales placeres terrenales ha pasado el verano nuestro pintor Carlos Prieto, quien hasta hace pocas horas era un inquilino más de esta parte del mundo y que hoy mismo cumple 33 años. De ellos, 17 los ha pasado pintando, caracterizado por esa «enorme sensibilidad» que a través de su pincel, «movido por la mano de Dios» en palabras de Domingo Zapata, ha creado esos «rostros vidriosos y melancólicos de mujeres que poseen una belleza única».
Se hizo pintor como se hacen los pintores, «cambiando de trenes», tal y como le aconsejó su madre, y por ello cuando los raíles se vuelven monótonos, Prieto se baja en la primera estación para subirse al siguiente. Distintas vías, un mismo destino: «Si vas a intentarlo, ve hasta el final».
Esa es la filosofía que ha llevado a esta suerte de Dioniso mallorquín a París, Nueva York, la eterna Roma o la región de Montalcino, en plena Toscana, donde ha pasado el verano diseñando las etiquetas del famoso tinto italiano, que ha embotellado dos muestras exclusivas de 15 litros que se exhiben en la bodega.
¿El lema? Los besos, «algo prohibido ahora, el símbolo de lo que echamos de menos». Besos porque «D'amore si vive», como repite Prieto y nos recuerda en sus cuadros. El amor inunda, pues, las botellas de Villa Le Prata con su sabor añejo con toques de trufa blanca y el amor rebosa los cuadros de Prieto como fue el propio amor el combustible que le llevó a la Toscana.
Hoy, Carlos Prieto ya ha vuelto a la ciudad de Roma impulsado por la misma pasión. Porque todo vuelve y porque Roma, al fin y al cabo, es el amor visto por los dioses. Y porque, como el pintor explica: «Solo el amor salvará el mundo».