Marta Sanz (Madrid, 1967) es una de las escritoras más reconocidas de nuestro país, con galardones como el Premio Herralde de Novela (2015) o el Ojo Crítico de Narrativa (2001). Justo cuando estalló la pandemia y la crisis sanitaria veía la luz su última novela, pequeñas mujeres rojas –así, en minúscula–, que también significaba el cierre de la trilogía de su personaje, el detective Arturo Zarco, después de Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás, todas ellas publicadas por Anagrama. Sanz, que visita con cierta frecuencia la Isla, es una de las estrellas de esta atípica pero celebrada Fira del Llibre de Palma.
¿Qué opina sobre la ganadora del Premio Nobel, Louise Glück?
—Estoy contenta de que hayan dado el premio a una mujer poeta de esta generación de la que sobre todo conocíamos a Mark Strand. Confieso que no he leído nada de ella y me pondré a ello enseguida; pero es una buena noticia que los Nobel sirvan para descubrir escritores de calidad, que han sido apartados por la inercia del mercado.
La Guerra Civil y la memoria histórica son todavía temas de actualidad. ¿Cuándo dejarán de serlo?
—Cuando desde un punto de vista político, institucional, cotidiano y humano las heridas puedan ser cerradas. El problema de nuestro país es que todavía no han podido cicatrizar. No se trata de venganza, sino de justicia y reparación; hay familias que todavía buscan a sus ancestros en las cunetas. Hemos tenido durante mucho tiempo ese tupido velo con el pretexto de la conciliación y de la equidistancia que lo que hacen es que los vencidos y las vencidas lo sean todavía más. Ya es preocupante el blanqueo del discurso de los vencedores como para que ahora un señor Abascal pueda decir que tenemos el peor gobierno de la historia. Es un hombre con una visión de la historia deformada y con muy mala memoria.
¿Con pequeñas mujeres rojas pretendeía combatir esa visión?
—Para mí era muy importante que tomáramos conciencia de que el pasado no es un escenario exótico, sino que está dentro de cada uno de nosotros. Si no tenemos una idea de la historia como acumulación de estratos y capas y de que se proyecta en las historias de cada familia, no vamos a poder avanzar.
Casi un año de la exhumación de Franco y a punto de conseguir la ilegalización de su fundación. ¿Qué diría a aquellos que consideran que hay asuntos más importantes?
—Hay muchos asuntos importantes y se pueden establecer prioridades y es verdad que estamos en un momento histórico. Lo que me llama la atención es que sean precisamente las personas que están intentando quitar hierro a la pandemia con lo de que la vida tiene que seguir, pero son los que marginan y segregan a los barrios pobres. Me llama la atención que esas personas que quieren seguir con sus empresas y sus privilegios, que les parece que toda medida gubernamental es espantosa, esa revolución Cayetana, digan que no es el momento de la memoria, de denunciar la violencia de género... Para ellos no es el momento de solucionar los problemas que puedan hacer que salga su rostro menos amable. Nunca lo será.
Pero pequeñas mujeres rojas no es otra novela sobre la Guerra Civil.
—Es una novela sobre el presente, sobre la desfachatez de la ultraderecha y contra el discurso de afrontar la vida sin sentido crítico. Porque en el presente se proyectan los tentáculos más siniestros del pasado, de la moral nacional católica... Es una novela política porque habla de las fosas y de la violencia contra el cuerpo de las mujeres, pero también quiero que el lector tenga una manera diferente de enfrentarse a los textos. Lean despacio, con sentido crítico, dicen los niños perdidos y las muejres muertas. Que el lector no sea como un patinador sobre hielo que se desliza por la superficie de la pista, sino que aprecie los juegos de palabras, la textura de los textos. Hay que leer pensando que la literatura refleja y construye la realidad y puede intervenir en ella.
Con este libro cierra un ciclo. ¿Qué será lo siguiente?
—Haré otra cosa imprevisible y que, a partir de cómo esté escrita, pueda hacer que los lectores se formulen preguntas. El contenido y la forma son indisolubles. En pequeñas mujeres rojas eran fundamentales los modos de representación de la violencia contra las mujeres, no quería normalizarla ni que fueran morbosas, sino que crearan un impacto ético y fueran como un puñetazo en el estómago.
Durante el confinamiento regaló al público el divertido relato ‘Sherezade en el búnker'. Sin embargo, hay quienes protestaron contra la cultura ‘gratis'.
—La cultura no es gratis y es un oficio que hay que dignificar, pero vivimos momentos excepcionales en los que se tiene que respetar actos como éste. Eso no significa que quiera echar por tierra algo en lo que he luchado toda mi vida. Pero quería regalar algo puntual que creía necesario por ese momento de tristeza que vivimos y quería reivindicar la alegría y la generosidad.
¿Por qué pequeñas mujeres rojas en minúscula?
—Por dos razones. La primera, porque reivindico la literatura como espacio de juego y herramienta subversiva. La segunda, porque aparecen mujeres muy poderosas que, cuando se enamoran, empequeñecen. En ese sentido quería que los lectores reflexionen sobre la educación sentimanal que hemos recibido.