Negra es la portada y negro es el título del nuevo poemario de Antònia Vicens (Santanyí, 1941), Pare què fem amb la mare morta, que edita LaBreu y que llegará previsiblemente a las librerías a mediados de la semana que viene. Es una de las obras más esperadas de esta atípica rentrée literaria, pues llega tres años después de Tots els cavalls, que tuvo una gran acogida por parte de crítica y público y se hizo con numerosos galardones, como el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura o el Cavall Verd de la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana.
Sin embargo, Vicens escribe ajena a la presión y a las expectativas generadas con tanto reconocimiento. «Procuro vivir totalmente al margen de eso. Los caballos [respecto a Tots els cavalls] irrumpieron bien, pero nunca espero nada de ningún libro, solamente que guste a algún lector y hacer que pueda sentirse acompañado», confiesa. En este sentido, admite que Pare què fem amb la mare morta puede ser «muy negro, pero también hay mucha luz en él».
Negro
Asimismo, reconoce que «ya sabía que el mundo era un poco negro, pero ahora todavía lo veo más así, hemos tomado mayor consciencia de la fragilidad. Es un libro escrito en blanco y negro a propósito. Cuando lo escribía no sabía que habría el coronavirus, pero hay situaciones y estados de ánimo de muchos personajes que se sienten encerrados. En el poemario está ese ambiente de fragilidad, de vida y muerte, de locura y cordura, esas ansias de trascender. Ha sido una terrible coincidencia».
«Cuando terminé Tots els cavalls me vino este poemario. Siempre me vienen a partir de una idea. Mientras que en Tots els cavalls quería escribir sobre la culpa que todos arrastramos, así como de la belleza y sus contrastes, Pare què fem de la mare morta habla de la desolación. Creo que la desolación más grande que vivimos los humanos es no tener respuesta. Ya podemos preguntar, que ni la ciencia ni la teología nos llegan a explicar qué hacemos en este mundo. Ésa es la mayor desolación», detalla.
Esa desolación es la que siente el hijo, a quien Vicens imagina de entre siete y diez años, que pregunta constantemente a su padre quién es y el porqué. Pero el padre nunca le responde en ninguno de la cincuentena de poemas. Además de esa desolación, Vicens señala otras dos grandes cuestiones importantes sobre los límites; los de la vida y la muerte, y los de la locura y la cordura. «Es como un juego en tres dimensiones, a tres niveles», apunta.
Voces
De esta manera, las almas pueblan las páginas de Pare què fem amb la mare morta, ellas son los personajes, unas «voces que deambulan, que pueden ser las voces de la memoria, de la consciencia» y que «el lector otorgará la condición de vivas o muertas dependiendo de su perspectiva y estado de ánimo». La locura es muy importante, «¿cuándo empieza y cuándo acaba?», se plantea Vicens, quien advierte que «sin locuras no habría arte, ni creatividad y nada; es muy necesaria». También están las figuras del Llanterner y de la Fornera, con el agua y el pan respectivamente, que constituyen «dioses de barrio que tienen poder».
Memoria
«Es un poemario actual, pero tiene memoria y, de hecho, siempre me pregunto si la memoria es solo nuestra o es colectiva, de por qué me viene a la cabeza todos los recuerdos de los personajes, ¿dónde empieza y dónde acaba? Donde no llegas con la razón, llegas con la poesía», afirma. Vicens, que se considera narradora, asegura que, a diferencia de la narrativa, «no te deja, no puedes parar, yo la llevo 24 horas adentro, dándole vueltas a la palabra perfecta, pues si falla una, falla todo».
Ahora se encuentra inmersa en la revisión de una novela que escribió hace cuarenta años, Quilòemetres de tul per a un petit cadàver, que le valió el Premi Ciutat de Palma 1982 y que ahora recuperará Adia Edicions. «Es una novela escrita en forma de diario que escribe una mujer, que visita regularmente un psiquiátrico. Está ambientada entre los años 1975 y 1980, ya muerto Franco, época en la que están muy presentes los movimientos estudiantiles», revela.