Después de reflexionar sobre el valor y el futuro de los libros desde una perspectiva personal en Lliure entre llibres (José J. de Olañeta Editor, 2019), Rosa Planas (Palma, 1957) publica con el sello Lleonard Muntaner el ensayo L'espectacle de la mort a la Mallorca del segle XIX, que se ha empezado a distribuir en las librerías tras el parón que ha provocado la crisis por el coronavirus.
¿Cómo surge la idea de elaborar un ensayo sobre la muerte?
—Surgió a raíz de la publicación, hace varios años enUltima Hora y luego en Brisas, de unos reportajes sobre los cementerios de la Isla. Más allá del cementerio de Deià hay muchos otros que son interesantes y no tan conocidos, como el de Inca, Santanyí o Andratx y, por supuesto, el de Palma, de gran nivel monumental e histórico. Durante mucho tiempo los visité y los estudié, no solamente los de aquí, sino también otros de todo el mundo y de diferentes culturas. Al fin y al cabo, la cultura está relacionada con la muerte y la muerte, con la cultura.
Durante este confinamiento se han restringido la celebración de velatorios.
—Por desgracia con la pandemia hemos visto la muerte anónima y solitaria; la deshumanización de la muerte es un tema preocupante. Muchos han muerto de forma anónima y sin ningún tipo de asistencia, algo sin precedentes. Mallorca ha pasado muchas epidemias importantes, pero siempre había una infantería de frailes, como los Caputxins, que iban y asistían a los empestados, con el riesgo que eso suponía; pero ninguna muerte no recibía asistencia espiritual. Esto es una desgracia.
En un futuro, ¿se hablará del espectáculo de la muerte en tiempos de coronavirus?
—En todo caso de la falta de espectáculo, porque hemos recibido una información fría, telemática y de cifras, sobre muertos, curados, ingresados… Son números sin cara, cifras sin forma humana y eso es un espectáculo de la deshumanización. Creo que después del coronavirus habrá una reacción contraria. Pedro Sánchez ya dijo que cuando se pudiera celebrarían grandes funerales de estado. Volverán los espectáculos y rituales fúnebres. Eso interesa mucho, pues es una manera de decir ‘son mis ciudadanos'. Cualquier nación se sustenta sobre la memoria de los muertos, si no, no existe.
Nacemos solos y morimos solos
—Y la muerte democratiza la vida. Es la auténtica democracia, ricos, pobres, vagabundos o famosos, todos pasamos por ella y nos hace iguales. En el libro me centro en cómo a partir del siglo XIX se produce una instrumentalización de la muerte, como instrumento político. Uno de los casos más sonados es el del General Lacy, a quien fusilaron en el Castell de Bellver y enterraron de mala manera. Sin embargo, más tarde, cuando gobernaron los suyos, lo volvieron a desenterrar y celebraron un gran funeral de estado. Este juego de mover cadáveres de personajes ilustres según el gobierno del momento sucedía mucho. Para unos era un perro, para otros un héroe. Es en el XIX cuando surge la cultura de los monumentos para recordar a los muertos
Explica que en esa época nace el negocio de la funerarias.
—Es un negocio seguro, igual que el de la alimentación. Siempre habrá clientes, porque todos morimos o moriremos algún día. Sobre el tema de los carruajes y el monopolio del sector hay mucha literatura. El tema de la muerte siempre me ha interesado mucho, es un hecho cultural. Los animales no realizan rituales así, en eso también nos diferenciamos.
El suicidio, los abandonados o los cuerpos incorruptos son algunas de las cuestiones que trata en el libro.
—Sí, pero no es un libro fúnebre, pues hay dosis de humor, aunque sea negro. No es un volumen tétrico y trata los hechos de manera sencilla. Intento que sea ligero, a pesar de tratar un tema grave. Asuntos como el luto o el ritual de la muerte han cambiado mucho. En el siglo XIX, cuando alguien moría se cambiaban las cortinas y los familiares vestían durante dos años de negro, sin celebrar fiestas ni salir. De cara al exterior, la vida estaba completamente muerta. Sucedía sobre todo en Mallorca y en la sociedad en general preturística.