Miguel Delibes, tal y como publicó este martes Ultima Hora, estuvo varias veces en Mallorca. Ya en 1957 vino a la boda de su hermano; también visitó nuestra Isla con toda su familia de vacaciones varias veces y, además, tuvo relación con tres grandes intelectuales que vivían en Mallorca: Camilo José Cela, Llorenç Villalonga, o Francesc de Borja Moll, quien le pide humildemente permiso para reproducir unas páginas de la novela de Delibes El camino y poder incluirlas en sus libros o cursos para extranjeros.
José María Gironella, el escritor de más éxito en la posguerra gracias a La sombra del ciprés es alargada (1948), que pasaba temporadas en Palma, lo invita a que venga a Mallorca en 1955, pero Delibes le dice que se va a Sudamérica. Cela le escribía desde Palma al escritor pucelano, y en una misiva (1959) le dice que su nombre (el de Cela) se borro de la Asociación de la Prensa y que durante tres años se le prohibió escribir en los periódico, «como no soy masoquista prefiero seguir ‘enclaustrado' en las páginas de mis Papeles de Son Armadans». Tiene gracia el tema, porque Cela pasó a la memoria histórica como «censor de revistas de monjas» cuando en realidad fue el gran censurado.
Cela y Delibes eran ya entonces dos viejos amigos que compartían libros en la editorial Destino de Vergés y relaciones chuscas con el editor Lara. El autor de Los santos inocentes, ciertamente huraño, como Camilo José Cela y casi todos los escritores de posguerra, siempre estaba muy pendiente de ir cobrando sus colaboraciones. Cela le pide un cuento y le indica que no paga por colaborar en Papeles de Son Armadans, pero que le regalará unas lujosas separatas; sí consigue para Delibes una colaboración en una revista de Estados Unidos por 25 dólares.
Carta de Cela a Delibes, 1959: el Nobel estaba muy vigilado por la censura.
Francesc de Borja Moll escribe a Miguel Delibes.
Por lo menos media docena de cartas le escribió el autor de Mort de dama a Delibes. En 1964, Villalonga le escribe una carta con membrete del Círculo Mallorquín y le manda un ejemplar de Bearn, concretamente la excelsa edición que le hizo Pere A. Serra en su editorial Atlante. La misma llevaba un prólogo de Cela que indignó, como es archisabido, a nuestro novelista, quien de hecho le señala a Delibes que «pido, no obstante, clemencia por las tonterías de Cela».
Son Vida
Villalonga le comenta que estará en junio (1964) en Son Quint y en agosto en Binissalem. Le ofrece su casa de Son Quint, en pleno bosque, cerca del hotel Son Vida; eso sí, le comenta que se consiga un coche y que le acompañará en alguna excursión, aunque tiene que estar pendiente de la recogida de almendras en Binissalem.
En una de las cartas, el autor de Bearn elogia a Franco. Villalonga, y su mujer María Teresa, debieron conocer a los Delibes el verano de 1963 y volvieron a coincidir en el estío de 1964. La relación entre estos grandes narradores fue muy cordial y en sus epístolas, pese a la parquedad de ambos, se nota una admiración mutua.