En Reis del món (Proa), Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) novela la relación de amistad del banquero Joan March y el orientalista Joan Mascaró, ambos nacidos en Santa Margalida. Al empresario le cautiva la erudición del traductor del Bhagavad Gita y los Upanishads, mientras que este admira la audacia del negociante. El libro incide en la historia de Martí, hijo del profesor. Alzamora habló de la obra, que llega hoy a las librerías, durante una conferencia que tuvo lugar el pasado jueves en el Centre Català de Luxemburgo.
Una motivación para escribir el libro fue el encuentro fortuito con Martí, hijo de Joan Mascaró.
— En el centro de Palma, me encontré con un mendigo que pedía limosna. Mucha gente le recordará. Me llamó la atención su tono desvalido y, a la vez, elegante. Pedía en mallorquín: «una ajudeta, per favor». Era el hijo de Joan Mascaró. Por otra parte, descubrí que Mascaró y March habían mantenido una buena amistad durante toda su vida, algo difícil de prever en dos personas, en principio, tan divergentes. Me acabó de seducir saber que March llegó a ofrecer a Mascaró lo que quisiera para trabajar con él. Mascaró respondió que lo único que quería era fumar uno de sus puros.
¿Cómo justifica que Mascaró tuviera en su escritorio las fotografías de March y Gandhi?
—No sé si hay justificación. Creo que le inspiraba, le activaba mecanismos intelectuales y emotivos, que le ayudaban a escribir.
March y Gandhi eran comparados por Mascaró por su inteligencia y ambición.
— Son dos personajes con gran control sobre su entorno y sobre ellos mismos. Gandhi no era un santo ingenuo. Los tres tienen en común la búsqueda de la libertad. March estaba convencido de que sería libre si tenía suficiente poder. En cambio, Mascaró y Gandhi descubren que pueden ser libres a través del conocimiento, la paz y el diálogo.
¿Qué límites se ha establecido como novelista al narrar unos hechos que ocurrieron?
— Es una novela y por lo tanto una ficción, pero no quería hacer decir a los personajes nada que fuera en contra de lo que fueron.
Una de las tesis del libro es que March no se puede definir como el banquero de Franco.
— March no era un franquista. No tenía ningún vínculo con él. Despreciaba a Franco y, en general, a los políticos españoles, a los que consideraba de baja categoría y fáciles de comprar. Para March, todo el mundo tenía un precio. Eso le inspiraba poco respeto. Ninguna ideología le parecía suficientemente interesante. Él no seguía a nadie, abría su propio camino. Estaba convencido de que hay una fuerza muy grande que es la estupidez humana. Veía bien hacer negocio con la estupidez de los otros.
La actitud de Mascaró era distinta.
— Creía en la responsabilidad que se tiene hacia los demás, por ejemplo, con la venta de armas. Si dos grupos de estúpidos deciden matarse, March pensaba que no podía hacer nada, pero que sí podía venderles armas. Mascaró pensaba que eso era colaborar en algo inaceptable.
La novela recupera un episodio violento de March con Rafel Garau.
— Para March, la violencia no sale a cuenta nunca. De hecho, la muerte de Garau le enemistó con su pueblo. El religioso Joan Francesc March, sobrino de Joan March, me corroboró que ordenó el asesinato de Garau, socio en el negocio de contrabando, porque le supo mal la traición con su mujer Leonor. Garau se sentía celoso de March y tocó donde más duele, que era liarse con su mujer. March no podía consentir la situación y se sintió obligado a llevar las cosas al extremo.
Recuerda el encuentro de Mascaró con los Beatles.
— Mascaró tuvo dos hijos: Mary, admiradora de los Beatles, y Martí, que los veía como músicos del sistema (prefería a The Doors). Eso es una fabulación. La influencia de Mascaró sobre los Beatles existe, en especial con George Harrison, aunque creo que se ha magnificado y se corre el riesgo de reducir a Joan Mascaró a una anécdota con los Beatles, cuando su pensamiento y su obra son inmensamente más grandes. Es verdad que el encuentro con los Beatles es llamativo y de una gran potencia.
Mascaró habla en el libro de la búsqueda de la belleza y de amor.
— Pensaba que la libertad humana tenía mucho que ver con el amor, que era en el fondo una forma de comunicación. Mascaró observa a las personas y los seres vivos, y se da cuenta de que todas las cosas se comunican. Es el misterio que no acabamos de comprender y que, no obstante, da sentido a todo. Es lo que intentamos entender a través de las religiones, pero también con la ciencia, la filosofía y la poesía.
El trabajo de Mascaró desembocó en el proyecto de diccionario catalán sánscrito, que es una referencia académica.
— Mallorca aún tiene a Mascaró por descubrir. Él amaba la Isla. Era muy crítico con la industria del turismo porque lo consideraba una profanación de los espacios de Mallorca. Su legado intelectual es muy grande y hacen que Mallorca conecte con la primera línea del pensamiento universal. Su obra se estudia en todo el mundo. Es un mallorquín universal, no tanto en Mallorca.