No todo es impostado en esta era digital e impersonal que nos ha tocado vivir. Maria del Mar Bonet es real. Su voz es una poderosa verdad a la que aferrarse, una certeza que lleva más de medio siglo sobre el escenario. Su credo se reza a coro, como este miércoles en el Auditòrium, el gran balcón al Mediterráneo, reserva espiritual y eterna fuente de inspiración de la artista. Allí, Bonet dio sentido a una deliciosa cita de Gaudí: ‘La originalidad consiste en volver al origen'. Y para ella no hay más origen que su añorada isla, una tierra de agua, luz y almendros abatidos por el viento.
Las aglomeraciones a la entrada retrasaron el inicio. Cuando el público ‘endomingado' y con cara de satisfacción tomó su asiento, la gran dama de la canción mediterránea irrumpió bajo el haz de luz, jaleada por una calurosa ovación. Inicio los parlamentos dejando claro que «no vengo a despedirme».
Luego se sumergió en un recital que mostró las conexiones que unen la canción de autor mediterránea, ratificando la vigencia de algo tan aparentemente sencillo y a la vez complicado, como es lograr conmover con la voz y la palabra. Aunque tampoco hace falta demasiado cuando se tiene una voz como la suya.
Futuro
A Bonet le gustan las músicas con filosofía, géneros que encierran una forma de plantarle cara a la vida, al tiempo, a su paso y a su futuro inescrutable. Se encuentra entre esos creadores privilegiados a salvo de las modas y las oscilaciones comerciales. Arrancó con Digues amic, un tema que transita una poesía atemporal, aunque esquiva con la rebeldía moral, tenaz y combativa que ha guiado su carrera. Pero a lo largo de la noche, en la que cierra una etapa, la trovadora tendrá ocasión de airear otros temas que entroncan con su pasado, cuando su voz fue la expresión de un canto libre frente a la represión.
Hay canciones que apuntan a los pies y canciones que apuntan a la cabeza, como las de Bonet. La primera vez que la escuché fue de chaval, no acababa de entender su poesía, pero tuve claro que me hablaba a mí. Quien no haya experimentado ese cosquilleo es que ‘solo está escuchando música', como dijo Dylan.
Su voz, su guitarra y su conjunto de acompañamiento –y sus canciones, poesía convertidas en un mantra que tararean de memoria varias generaciones y que sonaron con fuerza– bastaron a la artista para encandilar a un público cercano, entregado a la calidez de uno de sus autores referenciales. Y es que todos han vivido alguna emoción envuelta en su música. Y eso crea un vínculo indestructible entre el maestro y su público.