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El arte 'reina' un año más en su gran velada

Palma se llena de amantes del arte. | M. À. Cañellas

| Palma |

Un club nocturno de los 90, una rave de la cultura, una verbena al ritmo de AC/DC en algunos rincones. El arte contemporáneo de Palma abrió este sábado sus puertas al gran público con la Nit de l'Art, que alcanza su 23 edición, y toda Ciutat se sumó al evento: las calles cortadas y las terrazas a rebosar. Más de 20 propuestas integraron un programa ambiciosa, que abarrotó de gentío los espacios expositivos participantes, privados y públicos.

El tour político arrancó en La Misericòrdia, con la foto oficial de Bel Busquets, vicepresidenta del Consell y consellera de Cultura, y las galerías de la Part Forana. Allí estaban Toni de Cúber, con Spai B2, de Sóller; Javier Barco, de la Dionís Bennàssar de Pollença, y Ricard Chiang con la Marimón de Can Picafort.

Segunda parada: Casal Solleric. Los artistas se hacían de rogar y hubo cierto retraso en la foto oficial, más populosa de lo habitual. El que se mueva no sale en la foto. Partidos gobernantes y de la oposición se apiñaban con los artistas, que eran minoría.

La artista Bel Fullana actuó como maestra de ceremonias ante la puerta de su Club Misèria y condujo hasta los sótanos del Solleric a la comitiva oficial, encabezada por la presidenta Francina Armengol. La primera etapa es un baño con lavabos masculinos fluorescentes y unos rotuladores para pintar en sus paredes. Así, los políticos recordaron sus años más salvajes. Si es que los tuvieron.

Armengol fue invitada a pintarrajear los urinarios antes las cámaras, entre risas y medio azorada, buscaba la inspiración. Al final, un políticamente correcto ‘Llibertat', que después Catalina Solivellas, delegada de Cultura, enmarcó con un corazón. Antoni Noguera, regidor de Cultura de Cort, estaba en su salsa y entraba al trapo. «Espera que pongo tu número de móvil», dijo alguien de Cort. El alcalde José Hila estaba fuera de la Isla, en las reuniones de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). Mientras tanto, el Solleric cuenta los días para nombrar a su director, descabezado al igual que Es Baluard. Dirigir un museo se está convirtiendo en una profesión de riesgo, visto lo visto. En la Planta Noble esperaba Hibridacions, la muestra colectiva de artistas chinos e isleños, entre los que estaban José FIol, Pep Girbent, Albert Pinya, Tomàs Pizà y Amparo Sard, mientras Veru Iché mostró su Enfleurage.

Tercera parada: galería Pelaires. El presidente de la asociación de Art Palma, Frederic Pinya, advirtió que «destruir es muy fácil, construir esto nos ha llevado 23 años; ahora la pelota está en el tejado» de los políticos». En Pelaires se exhibían los trabajos de Ángela Ferreria y Lucas Simoes, mientras que en la galería Pep Llabrés, Robert Ferrer i Martorell atraía a un buen puñado de visitantes con L'interior de la forma, su propuesta sobre la transformación del cuerpo. «Estamos atestados», reconocía el galerista, que desde las cinco de la tarde estaba recibiendo a los primeros extranjeros, los más madrugadores, al tiempo que destacaba que además de público en general había también algún que otro comprador agazapado en la multitud.

La calle Sant Jaume es uno de los epicentros del recorrido cultural, donde también estaba atestada Xavier Fiol con sus Econtrados. Llabrés también hacía balance de una edición a punto de finalizar: la visita de la directora de Arco, Maribel López, ha sido un espaldarazo.

Otra arteria cultural de la noche fue Sant Feliu y alrededores: los espacios Maior, Gerhard Braun y Kewenig fueron arrollados por una marabunta de visitantes. Era la zona donde más se notaba la presencia de foráneos. Con tanto selfie, el móvil es indispensable, una Nit de l'Art de lo más instagrameable.

En la galería Gabriel Vanrell, Antoni Amat mostraba una obra que rebasaba los límites del lienzo, y en la Horrach Moyà de Drassana, Lawrence Weiner se imbuía del concepto de insularidad.

Can Balaguer se convirtió en una extensión del Club Misèria de Fullana y su patio acogió una discoteca a modo de The closing party. Las colas para entrar daban esa impresión, parecían interminables. Arriba, en medio de la casa señorial se escondía un club clandestino con lap dance, un baile privado tras la cortina que estrenó la artista Susy Gómez.

Los galeristas insistían anoche: «Tenemos las puertas abiertas a todo el mundo todo el año». El arte contemporáneo no muerde.

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