Nadal Bernat es el nuevo vicario episcopal de Relaciones Institucionales y Patrimonio Histórico de la Diócesis, un hombre del que se rumorea que detenta poder y mando. Ahora tendrá a su cargo todos los bienes catalogados y protegidos de la iglesia local, la misión de modernizar su gestión y la de resolver un asunto encallado, el futuro del monasterio de Santa Elisabet de Palma de monjas jerónimas.
¿Es buen momento para hacerse cargo del patrimonio histórico de la Diócesis, con la de ampollas que han levantado las inmatriculaciones?
—Llevar ese cargo desde hace pocos meses, desde que el obispo Sebastià ha remodelado su equipo, resulta complicado porque el patrimonio histórico de la iglesia es muy amplio: edificios, bienes muebles, o el inmaterial, como el musical, organístico, la misma Sibil·la. Pero, sobre todo, es un gozo, porque te permite conocer lo que responde a una historia. Me enorgullece tener que trabajar con esa historia, a veces mejor o peor cuidada, porque es un legado que me interesa explicar, dar a entender que sigue vivo y que hay que disfrutarlo como expresión de una fe que ha sido y es. Siento orgullo y humildad de ser uno más de la cadena de la que formaron parte Pere Joan Llabrés, Catalina Cantarellas, Aina Pascual, Joana Maria Palou y otras personas que colaboraron voluntariamente.
Entonces, ¿el Obispado moderniza la gestión del patrimonio?
—Se moderniza porque, para empezar, según la Unesco y la Santa Sede, el patrimonio eclesiástico se entiende como que, cada vez, es más amplio. Antes pensábamos solo en el monumental, los edificios, pero ya no es así. Por tanto, lo primero que hay que tener en cuenta es dar una cobertura y sinergia entre todas las instituciones que lo gestionan como la biblioteca y el archivo diocesanos, la comisión de órganos, la comisión interna del Obispado, pero también el Museo Bíblico, o el Diocesano, que lleva la Catedral. La modernización es un trabajo en red de distintos nódulos autónomos, pero todos tenemos que estar coordinados. Esto es el avance.
Una nueva visión del trabajo.
—Esa coordinación dentro de una misma vicaría episcopal es una novedad, con la intención de trabajar con los mismos objetivos, metodologías y alcanzar más efectividad.
¿Cuáles son sus planes?
—Que esas instituciones se preserven y permanezcan, pero se tienen que reimpulsar. Necesitamos que, internamente, toda la Iglesia tenga una sensibilidad hacia el patrimonio que ha heredado. A partir de ahí, tiene que haber un equipamiento humano y económico para que pervivan de manera sostenible y puedan mejorar su función.
¿Hará cambios?
—Una generación viene detrás de otra y, por tanto, en cada lugar se va colocando como responsable a gente más joven y preparada, que deberán ir cogiendo experiencia.
¿Quienes son los nuevos responsables?
—De la Biblioteca Diocesana, Ricardo Megía, un sacerdote joven, doctorado en biblioteconomía en Salamanca y Lovaina. Igualmente, la Comisión de Patrimonio Histórico y Cultural del Obispado, formada por expertos, estará integrada por la directora del Taller de Restauració, Antonia Reig; los arquitectos técnicos Loira Merino y Bartomeu Bennassar, aparejador de la Diócesis. También los historiadores del arte Miquela Sacrés y Toni Pons; Francesc Vicens, párroco de Pollença, que se está formando en Barcelona en historia y arte cristiano. Es una mezcla de personas de media edad y otras que están empezando, pero ya tienen una formación necesaria. No me quiero dejar a la académica Elvira González, con una base magnífica. La comisión está nombrada recientemente y tiene como objetivos asesorar al obispo, a quienes detentan autoridad como responsables y velar para que crezca la sensibilidad patrimonial dentro de la iglesia. Estamos pensando en un formato de talleres para que, por ejemplo, los grupos cuidadores de cada parroquia tengan las herramientas y sepan qué productos pueden usar para limpiar una pieza escultórica.
Que no suceda un caso como el del repintado Ecce Homo.
—Que no nos suceda eso, aunque aquí han pasado cosas pequeñas, pero no tan graves.
¿Qué sucederá con el convento de las monjas jerónimas?
—Se trata de un tema doble. Por un lado está el judicial, con pleitos, sentencias, pero el Obispado no va a entrar como elefante en cacharrería, si no que se han de realizar los procedimientos como se debe para pedir las llaves. Finalizada esta situación se podrá plantear qué se hará.
¿Por qué quiso quedárselo el Obispado?
—No quiso quedárselo, sino que planteó documentación pensando que Santa Elisabet es suyo, en base a la misma, a partir de los procesos desamortizadores del siglo XIX.
Pero el resto de congregaciones son dueñas de sus monasterios.
—En los últimos 150 años, después de las desamortizaciones, si el Obispado ha visto que había posibilidades de subsistencia de esas comunidades, pues los devolvía. En cuanto a continuidad, las jerónimas [de Palma] eran una comunidad inviable, como se ha demostrado por su edad. El Obispado tiene una capacidad mayor legal de maniobrar si una comunidad no está funcionando para que ese bien patrimonial se siga usando para lo que fue creado, que es la vida monástica. Esperemos que en el futuro sea espacio para otra orden, eso es lo que queremos.
¿Juraría que el Obispado nunca quiso venderlo?
—¡Jurar, vaya!, pero sí, lo podría jurar ante los Evangelios.