Con dieciséis años recién cumplidos, Daniel Kharitonov (Sakhalin Island, Rusia, 1998) obtuvo la medalla de bronce en la International Tchaikovsky Competition, uno de los certámenes de música clásica más prestigiosos a nivel europeo, y desde entonces no ha dejado de tocar. Este jueves le llega el turno de pisar el Auditórium de Palma (20.00), en el marco del decimotercer concierto de la Orquestra Simfònica. El viernes, repetirán en el Auditori de Manacor.
¿Es la primera vez que toca en Palma? ¿Cómo ha sido el primer contacto con la Simfònica?
—Sí, es mi primera vez aquí. La orquesta me contactó a través de uno de mis agentes, Federico Hernández, y estuve encantado de venir. He tenido la oportunidad de ensayar una vez con la banda y las sensaciones han sido muy buenas.
¿Cómo se afronta, con 16 años, una competición tan importante como la Tchaikovsky?
—Ha sido una de las experiencias más importantes de mi vida. Había músicos mucho más mayores que yo, más experimentados. Cuando vi la lista de participantes me dije: vale, voy a tocar lo mejor que sé, para que el público vea de lo que soy capaz de contar con la música; pero en ningún momento me planteé obtener un premio. Hablamos de una competición que equivale a los Juegos Olímpicos para los que nos dedicamos a la música.
¿Desde entonces siente más presión?
—Digamos que ha cambiado la forma en la que la afronto. En general solo siento responsabilidad. Aunque es cierto que ahora medios y críticos se fijan más en lo que hago.
¿Qué particularidades tiene la pieza que interpretará mañana?
—El Concierto para piano número 1 de Tchaikovsky es uno de los más importantes para cualquier pianista, pero para mí, como ruso, es especial, porque transmite la cultura, el alma y la naturaleza del país. Además, la cantidad de detalles que encierra hacen que uno nunca se canse de tocarla.
Se han calificado sus actuaciones, sobre todo, de pasionales. ¿Es el objetivo que se marca cada vez que sube al escenario?
—Por supuesto. Tiene mucho que ver con el repertorio que uno toca, pero es cierto que las emociones y la energía siempre tienen que estar presentes. El intérprete es un predicador, un traductor entre el compositor y el público. En cada actuación doy todo lo que tengo, ya sea en solitario o con una orquesta, sencillamente, porque si el público nota que no lo estás haciendo, tampoco te devuelve nada».