El corsario Barbarroja se asoma a la gran terraza del Castell de Son Mas, en Andratx. Parece controlar los terrenos del cerro, una gran zona ajardinada para este fortín reconvertido en sede del Consistorio desde finales de los noventa. Divisa al fondo la costa, el puerto, una postal privilegiada. Frente a su figura, a pie de campo, los arqueólogos Joan Carles Lladó y Noemí Prats confirman «la conservación de unos restos arquitectónicos de la cultura talayótica». La intervención actual es parte de un proyecto quinquenal que tratará de esclarecer qué ha quedado de las civilizaciones que han ocupado el turó en los últimos 2.600 años.
La posesión de Son Mas ha sufrido modificaciones y asumido diferentes usos en los últimos siglos. La gran reforma se produjo a finales del XIX, Antoni Mulet le concedió a las casas el aspecto actual de palacio neogótico. Por todo ello, y por las obras más modernas, explica Lladó, «teníamos dudas de si se habría arrasado con los restos». Recuerda el arqueólogo que con la urbanización de los alrededores en 1991 «se pudieron documentar restos diseminados de cerámica. En 1997 se hizo un control arqueológico por la reforma y la construcción de un nuevo edificio y se confirmó la existencia de estructuras muy arrasadas». La sorpresa es que ahora ellos han podido documentar «estratos y estructuras fértiles», además de abundante cerámica, mucha de ella en superficie. «Creemos que es un yacimiento con gran potencial».
En esta primera fase de excavación, han localizado «una estancia de época talayótica derruida y bastante cerámica», fragmentos de ánforas, varias piezas de un molino de mano, vidrio púnico y un recipiente de almacenamiento, «chafado», pero casi de una pieza.