Son los exploradores del LP, ávidos en escarbar por montones de cajas en busca del plástico anhelado. Sabuesos que rastrean en ferias como Sherlock Holmes. Especialistas en deslizar las falanges de los dedos para hacerse con la joya preciada. Son los amantes de los discos. Son los que rinden pleitesía al vinilo, capaces de identificar el año, el sello y las canciones con sólo avizorar la portada. Poseen colecciones salvajes que cuidan como a un familiar más. Este es su joie de vivre y el incremento de ventas del vinilo, de un 85 por ciento respecto al año anterior, según Promusicae, no les coge por sorpresa.
«Siempre ha estado aquí, ahora ha habido un repunte, pero nunca volverá a ser un formato de referencia», opina Albert Petit, director comercial y de marketing en una empresa de turismo. Su afición por acumular discos inició a los 16 años con la edición mexicana de Quadrophenia, de The Who. «Empecé comprando vinilos por pura estética, vengo de la escuela mod, donde uno de los must es tener una buena colección de originales», añade. En la suya, compuesta por miles de singles y centenares de LP, abunda desde hace años la música negra de los 50, 60 y 70.
«Lo innegable es que el formato analógico ofrece un espectro de sonido muy superior al CD y no digamos ya al Mp3». Petit todavía recuerda el día que escuchó por primera vez el Barcelona Blues de Brighton 64. «A partir de ahí todo fue música, fanzines, viajar, pinchar, organizar fiestas, festivales y conocer a gente de muchos países con los que compartía gustos».