«Vengo a presentaros esta película de animación. Hay un baile entre osos panda y ranas que seguro que os cautivará», dijo ayer, en tono jocoso, el cineasta Daniel Monzón (Palma, 1968), como introducción del coloquio que ofreció en la Sala Augusta (Palma) -prácticamente repleta- antes de la proyección de El Niño.
Una productora norteamericana entusiasmada con Celda 211 llegó a ofrecerle 30 millones de euros por El Niño . Monzón rechazó. Para el director, el largometraje no tenía sentido si no era en castellano. Era como traicionar la propia historia que estaba contando. Al final contó con poco más de seis millones.
«Quería reflejar el asunto del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar de manera veraz. Fui a buscar gente de la calle», explicó para referirse al protagonista, el debutante Jesús Castro. Lo fichó en la calle asumiendo el riesgo que conllevaba que nunca antes había hecho cine. Buscaba la autenticidad y en el joven percibió «un aura de estrella».
La película, «una fábula moral que recupera el cine de acción de los años 70», no juzga a los policías ni a los delincuentes que aparecen. «Huye del maniqueísmo, cada uno de los personajes que tiene una tentación constante de dinero fácil reacciona dependiendo de su ética», continuó. «El narcotráfico es un negocio inconconmensurable que nunca se va a poder acabar con él», agregó quien convivió durante ocho meses con policías, Guardia Civil, vigilantes aduaneros y delincuentes.
Monzón reconoció que tanto El Niño -preseleccionada en la carrera de los Oscar- como Celda 211 son cintas que agradan «especialmente en América porque es un tipo de cine de género muy entretenido, pero profundamente español, algo que les resulta exótico».
El canadiense Paul Haggis se encargó del remake de Celda 211 . «Me ofreció que la dirigera allí, pero le dije que ya la había hecho y entonces me respondió que tendría a Russell Crowe y yo le contesté que prefería a Luis Tosar».