Se cumplió el pronóstico y de las taquillas de Trui Teatre pendía el cartel de ‘no hay entradas' desde hacía días. Es habitual que los hermanos Muñoz pasen por cada punto de su gira como el caballo de Atila, son una auténtica máquina de hacer ‘pasta' y algo nos dice que en Palma podrían haber hecho doblete, a juzgar por la gente que se quedó sin verles. Dentro, la multitud enfervorizada les arropó incondicionalmente desde el minuto uno de un show que arrancó cinco minutos por encima de lo previsto con la balada Tan solo, incluido en su álbum de debut homónimo.
Público muy joven con ganas de gresca mientras, sobre el escenario, el dúo de Cornellà espolvoreaba de buenas vibraciones el ambiente, lo hacían a solas, sin el arropamiento de una banda, y así sería el resto de la velada.
Vuelvo a las andadas, el segundo corte del concierto, arrancó las primeras palmas de la noche.
Quienes de pequeños correteaban por el bar de sus padres, en Cornellá, donde sirvieron más de un café, según cuentan en las entrevistas, eligieron un decorado que les resultaba familiar, la fachada de un bar, atrezzo sobre el que comentaron que era material recopilado de otras giras. Han transcurrido quince años, pero parece que fue ayer cuando se metían al público en el bolsillo con el ‘siniestro total' de Un SEAT Panda, José y David parecen los mismos, la misma modestia, la misma canallesca de barrio arrabalero, la misma barba de dos días, el mismo desparpajo... quizá hayan perdido algo de silueta pero, por lo demás, siguen siendo igual de sencillos y currantes.
La periferia multirracial, la noche y las caderas femeninas siguen siendo la argamasa con la que levantan canciones que el público se aprende al dedillo y, claro, en ocasiones aquello más que un concierto parecía una gigantesca velada de karaoke.
Así, el primer pico de intensidad de la noche se alcanzó cuando el dúo se arrancó con El de en medio de Los Chicos. Aún quedaba mucha noche por delante.