Habrá a quien Jaime Anglada le parezca estereotipado. Cierto es que su arrebato orquestal no inventa ni descubre nuevas vías, pero aún y así se las apaña para sorprender con una obra de limpia belleza y margen para ciertos conejos en la chistera. Su Temposinfónico suena elegante, una tremenda combinación de calma poderosa con vientos, percusión y efectos que se diluyen en una melodía bien avenida. El viaje vale la pena, reconforta, tanto que justifica la convincente vuelta de tuerca a su camino.
El rockero ha depurado el formato sinfónico para seguir sorprendiendo, tarea nada fácil, tras tres años jugando con sonidos tan complejos como liberadores; tal vez el resultado solo sea una vía para evadirse de este mundo que se ha vuelto tan feo, violento y tramposo, pero resulta convincente y además crea un nuevo espacio, de parada obligada, en la discografía de un intérprete cuyas posibilidades expresivas le señalan como referente del rock sin restricciones estilísticas, sin carencias ni excesos, tan solo un lote de composiciones regidas por el pulso poético de Miquel Àngel Aguiló, que en su voz se expanden y se expanden hasta lograr que su público se abrace, emocionado, a los sonidos que manan de unos instrumentos a los que hay que adorar sin excusas.