Los productores no eran productores. «Eran gente con ganas de serlo». Él no era director. El fotógrafo es un pintor y los actores no eran actores. El -ahora sí- director mexicano Fernando Frías fantaseaba en Rezeta con formas de producir. Quería ofrecer su visión de cómo ve «el mundo, la ciudad o ciertos patrones del comportamiento machista». En Rezeta se multiplica. «Es como si fueran cuatro 'Fernandos'», dice el director sobre los protagonistas del filme que presentó ayer en CineCiutat, con motivo del Evolution Film Festival.
Rezeta es una modelo albanesa que aterriza en México después de explotar su belleza por todo el mundo. Tras dos intentos amorosos fallidos, un personaje que la quiere seducir y luego abandonar, y un intelectual que pretende educarla, topa con Álex, un rockero tatuado.
«La película tiene que ver con los prejuicios. Hay que tener cuidado porque tú no sabes quién es esa persona, de dónde viene o cuál es su historia», explica Frías. En este caso, Rezeta, en la pantalla y en la vida real, es una refugiada de guerra nacida en Kosovo que a los catorce años emigró a Japón para convertirse en modelo profesional.
Sobre el vínculo del largometraje y el director, él responde que «es autobiográfica porque tiene que ver con mi personalidad, son situaciones que me han pasado, he jugado varios de los roles».
Prescindir de actores profesionales era peligroso. Podía interpretarse como intrusismo, pero Frías lo justifica diciendo que tenía «la idea errónea de que trabajar con actores en México era difícil». Además, «el guión estaba escrito para estas personas».
De esta manera surgió «una comedia sencilla, cien por cien independiente», de chico encuentra a chica. Fernando Frías la concibe como una cinta «intuitiva, sin tener en cuenta las teorías del cine o al espectador», de los efectos que causa Rezeta en tres hombres, en tres 'Fernandos'. El cuarto Fernando es ella, la chica.