Cantante, actor, presentador de televisión, Manolo Escobar era también un gran coleccionista de arte, pasión que le llevó a lo largo de su vida a atesorar cerca de dos mil obras.
Hace ahora un año, el cantante, que falleció hoy en Benidorm, mostró parte de su colección privada, que inició en los años 70, en una exposición celebrada en el Centro de Arte de Alcobendas, comisariada por Juan Manuel Bonet.
«El retrato del señor Llobet», una acuarela de Francisco Gimeno, fue el inicio de unas compras que abarcan corrientes muy variadas, como la abstracción, el arte figurativo o el expresionismo, uno de sus movimientos preferidos.
Entre los artista presentes en la colección figuran nombres como los de Zuloaga, Juan Gris, Nonell, Vázquez Díaz, Ramón Gaya, Benjamín Palencia, Tàpies, Millares, Guinovart, Chillida, Saura, Canogar, Feito, Chirino, Lucio Muñoz, Gerardo Rueda o Sempere.
Están presentes también Lucio Fontana, Genovés, Úrculo, Darío Villalba, Arroyo, Manolo Valdés, Sam Francis, Gordillo, Carmen Laffón, José Manuel Ballester, Barceló, Sicilia, Broto, Plensa, Uslé o Sigmar Polke.
Todas estas obras fueron seleccionadas con gran mimo por el arista, que nunca no quiso contar con asesores en su elección.
Con motivo de otra de sus exposiciones, la celebrada en el Monasterio de Veruela (Zaragoza) en 2007, el artista reconocía que su «pasión por la pintura» llegó a absorberle.
Amante del arte desde que muy joven, con predilección especial por el dibujo, él mismo se definía como «un coleccionista peligroso», porque no podía «ir a una galería, ver un cuadro y no quedármelo, y esto es malo».
El gran número de obras que forma su colección hizo que durante los últimos años su «fiebre por comprar» disminuyera algo. El cantante confesaba que había estado dos o tres años sin ir a galerías para no adquirir más cuadros.
La gran lista de obras que componen su colección tienen un punto en común, «algo de Manolo Escobar», ya que solo compraba aquello que le interesara o tuviera algo especial, lo que hacía que quisiera a su colección «como un padre a su hijo». Este cariño aumentaba según el trabajo que le había costado conseguir las piezas, como es el caso de algunas de Manolo Quejido o de Carlos Alcolea.
Frente a esto, Manolo Escobar reconocía también que algunas de las obras ya no le gustaban, pues habían perdido el carisma que tenían cuando las compró.
La colección de Manolo Escobar es una aproximación «apasionada» al arte contemporáneo, un «laberinto» en el que destaca la fuerza del color y refleja una parte de su autobiografía, según el crítico Fernando Castro, comisario de la exposición celebrada en Zaragoza.