En el libro Temps d'innocència (Edicions 62 en catalán y Alfaguara en castellano), Carme Riera se reencuentra con «el invento de la literatura para escribir lo que hemos perdido». De carácter autobiográfico, la escritora y filóloga narra el descubrimiento del mundo de una niña de los tres a los diez años, en una Mallorca en la década de los cincuenta dispuesta a cambiar para siempre a un punto sin retorno.
—¿Por qué escribe ahora sobre su infancia?
—Empecé cuando mi hijo me anunció que iba a ser padre. Quería explicar a mi nieta un universo que ya no conocerá. No lo cuento todo, pero lo que digo, o las sensaciones sobre lo que describo, son verdad.
—Narra muchas historias, con mucha información, pero evita juzgar.
—Son recuerdos no manipulados y no juzgados. La gente de mi generación se sentirá identificada y los que conocieron la Mallorca de la época. Los niños de ahora en Palma no conocen los nombres de las campanas, el olor de incienso o los sonidos de los rebaños. Es importante que los mayores miremos hacia atrás y enseñemos el pasado porque tiene interés para la gente que vive el presente. He tenido más relación con mi abuela que con mis hijos o la que tendré con mi nieta.
—Construye la historia a base de estampas, de pequeñas historias.
—No se trata de una novela, pero las piezas tienen un cierto aire lírico para que el libro funcione. La honestidad es lo primero.
—¿Tendrán continuidad estas estampas sobre décadas posteriores?
—No, pero es posible que escriba sobre los poetas Carlos Barral, Gil de Biedma, Agustín Goytisolo, escritores catalanes que escribían en castellano. Los conocí, tengo muchas grabaciones con ellos.
—Algunos episodios del libro parecen de ficción.
—La ficción no tiene nada que ver con la realidad, que muchas veces la supera. He escrito una crónica del franquismo, de la severidad y la obediencia. Los niños escuchábamos detrás de las puertas.
—¿Defiende la inocencia?
—Por eso yo soy tan tonta. Las personas deben tener condicionantes morales.
—Recupera la literatura del yo, como en Te deix, amor, la mar com a penyora (1975).
—Jaime Gil de Biedma decía que a partir de los 12 años nada de lo que te sucede es tan importante como lo que ya te ha pasado. Yo recorto esa edad a los 10 años. Recuerdo la fascinación por la poesía que me causó cuando mi padre me leyó la Sonatina de Rubén Darío. Yo era una retrasada, una tonta de capirote, como se decía entonces. Si hubiera nacido en una familia con menor interés por la cultura de las niñas, ahora no estaría aquí presentando este libro.
—Opta por la modalidad mallorquina por precisión y con delicadeza. ¿Cómo ha conseguido autotraducirse al castellano?
—La solución ha sido muy difícil. En ocasiones he optado por inventarme otra expresión. En otros libros, al traducirme, he llegado a cambiar el argumento. Soy la autora. Una vez Ernesto Sábato me propuso traducirle El túnel al catalán y enseguida empecé a cambiar cosas, no era posible.
—¿Ya ha preparado el discurso de entrada en la Real Academia?
—Lo estoy preparando. Tengo cuatro páginas que doy por buenas pero el discurso debe durar unos 45 minutos, que representan unas 27 páginas. Impone mucho, es un acto muy solemne.