La fundación del convento de las Caputxines de Palma, a mediados del siglo XVII, estuvo precedida por un viaje desde la Península a Ciutat sobre el que se podría rodar una película de época. El trayecto fue descrito en una crónica del puño y letra de sus protagonistas, las monjas Clara María Ponce de León, que antes había sido virreina de Mallorca, y Dionisia Bernarda Gómez, las denominadas madres fundadoras. El pasado 22 de octubre se celebró el 350 aniversario de esta fundación con una jornada cultural y la exposición de Nadal que realiza el convento desde hace 18 años estará dedicada a este hecho y a estas dos mujeres cultas y de personalidad singular para la época.
La alegría de las celebraciones está quedando empañada por las dificultades económicas por las que atraviesa el monasterio, que hoy comparten franciscanas TOR con unas pocas capuchinas de avanzada edad. El proyecto cultural, de restauración y difusión del patrimonio del convento, que tiene la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC), recibe las mínimas ayudas para seguir adelante con la rehabilitación y con las actividades que lleva a cabo. Bendecido por el obispo Teodor Úbeda, sus comisarios son la historiadora del arte Aina Pascual y el investigador Jaume Llabrés, que hacen este trabajo sin remuneración. «Nuestro gran protector fue Feliciano Fuster, pero cuando Gesa pasó a una multinacional, ya no fue lo mismo», comenta Pascual. A lo largo de los años, también han recibido ayudas del Consell, Govern y Ajuntament de Palma, ayudas que, en estos momentos, han disminuido drásticamente. Los comisarios echan de menos el apoyo de la gente, excepto en la exposición navideña, que siempre tiene mucho éxito, así como las visitas guiadas al interior del monasterio, que incluyen uno de los pocos huertos urbanos de tipo mallorquín con todos sus elementos, «hasta la murtera de las fundadoras», pero que necesita una restauración. «En este momento, el proyecto tiene que sustentarse en la colaboración activa de la ciudadanía, que debe ser consciente de que este es el único convento [de clausura] que se abre al público y muestra su patrimonio», reflexiona Pascual. «La gente está acostumbrada a la cultura subvencionada y no cree ni siente que ha de pagar por encontrar en buen estado y vivo el patrimonio que tiene». Pascual quiere recalcar que este convento, «además de un centro religioso es un centro cultural; llevamos 18 catálogos editados que han aportado muchos datos nuevos, en los que han colaborado expertos de aquí y de fuera, creo que eso por sí solo avala el proyecto».
El convento cuenta con varias salas de exposiciones que dan al huerto, además de la sala del belén monumental, y todo ello compone un conjunto ideal para disfrutar de la actividad cultural.