La filóloga Maria Pilar Perea ha terminado dos publicaciones sobre Antoni Maria Alcover (Manacor, 1892 – Palma, 1932), cuya aparición coincide con el 150 año de su nacimiento y con medio siglo de la publicación del Diccionari Català-Valencià-Balear. Se trata de la edición de las Contarelles y de la edición ilustrada y bilingüe, en catalán y japonés, de ocho rondallas alcoverianas.
—¿Cómo valora lo que está siendo el Any Alcover?
—Me consta que en Mallorca no se ha hecho mucho. Se han publicado unos artículos en la revista El Mirall y un número monográfico por parte del Institut d'Estudis Baleàrics. Yo trabajo en dos publicaciones. Voy a recuperar las Contarelles de Alcover en las versiones de 1885 y 1915, que saldrá en Publicacions de l'Abadia de Montserrat. Tengo un segundo proyecto formado por ocho rondallas, en una versión doble en catalán y japonés. Además, voy añadiendo materiales al Portal Alcover (alcover.iec.cat), cuya sede está en el Institut d'Estudis Catalans. Junto con los dietarios, el Bolletí del Diccionari, La flexió verbal y los cuadernos de campo, constan su inmensa bibliografía y el nombre de sus colaboradores.
—El Any Alcover podría servir para debatir el enfrentamiento del religioso con Pompeu Fabra. ¿Qué habría sucedido si Alcover hubiese participado activamente en la normativa de Fabra?
—Parece, en ocasiones, que Fabra era el bueno y Alcover el malo. Eso es absurdo. Fabra quería tomar el dialecto que conocía mejor, la variedad de Barcelona, y, a partir de ahí, plantear el modelo de catalán literario, lo que después se llamó estándar. Alcover quería llegar a la lengua literaria a partir del conocimiento profundo de todos los dialectos. No quiero juzgar pero el planteamiento de Alcover no era erróneo. Era una persona analítica, que quería decidir a partir de todos los datos. Recogió la lengua oral y también la documentación escrita.
—¿Cómo condicionó la carrera de Alcover que su familia fuera carlista?
—La condicionó, aunque también en la vida en el seminario aprendió con unas determinadas lecturas. A veces se le retrae que era conservador o carlista, pero no pretendía transformar la sociedad. A principios del siglo XX cambió ideológicamente porque conocía más cosas, dejó de lado la parte más integrista. Fue un sacerdote atípico.
—La obra de Alcover fue inmensa, rozando la utopía.
—Fue un hombre de cantidades y de calidad, con diez volúmenes del Diccionari, 24 volúmenes de rondallas, 500.000 formas verbales... Generó tanta polémica porque no se cansó, a pesar de las dificultades.
—Fue un gran viajero.
—Su obsesión siempre fue formarse.
—Al hablar del Any Alcover, obligatoriamente hay que recordar a Francesc de Borja Moll.
—Sin la continuación del trabajo de Alcover por parte de Moll, seguramente no se hubiera terminado el Diccionari. Sin Moll, las fichas, los cuadernos y su magnífica biblioteca se habrían disgregado o perdido.
—¿Qué relación tiene el trabajo de Alcover con una cierta concepción de país?
—Alguna vez se ha dicho que el Diccionari Català-Valencià-Balear significaba la no unidad de la lengua. Es una vergüenza. Es una interpretación maliciosa. Alcover tenía clarísima la unidad de la lengua.