La conocida fiebre compradora de elementos del patrimonio histórico europeo por el magnate de la prensa estadounidense Randolph Hearst (1863 - 1951), que tuvo especial incidencia en España, llegó hasta Mallorca. En 1929, uno de sus agentes, Arthur Byne, adquirió para su jefe, por 9.500 dólares, la escalera, los techos y dos galerías gótico-renacentistas de un casal situado en la calle Morey, esquina con la calle Pureza, denominado Posada de s'Estornell y propiedad de la familia Fuster de s'Estornell, que había llegado por herencia a los Ayamans, por lo que también se le denomina Can Ayamans. Este capítulo de nuestra historia, que se repitió por toda España hasta bien entrado el siglo XX, forma parte del libro La destrucción del patrimonio artístico español. W. R. Hearst: «El Gran acaparador» , una investigación recién editada por Cátedra y firmada por José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz.
Los autores han tenido acceso a la correspondencia de Byne sobre sus correrías por España y dicen de él que «bajo su disfraz de hispanófilo e historiador del arte realizó en nuestro patrimonio artístico una de las más trágicas sangrías que imaginarse pueda», operaciones «artístico-mercantiles para Hearst y otros coleccionistas y millonarios americanos». Cabe recordar que, en aquel tiempo, no existía una protección del patrimonio como en la actualidad. Según contaba Merino ayer, durante la República, en 1933, se «promulgó una ley para proteger las obras de arte y de 1925 había otra sobre exportación de las mismas al extranjero, pero era muy difícil que se cumpliera».
Así, Byne, que en 1912 ya residía en Madrid, no encontró obstáculos para «pasaportar, de forma más o menos legal a Norteamérica, a lo largo de sus dieciséis años de actividad, un catálogo de obras imposible de establecer», se lee en el libro. Hearts, que se estaba construyendo una gran mansión en California de estilo español, «fue su principal cliente».
La citada compra en Palma la hizo al anticuario José Costa Ferrer, en cuyo poder se encontraban las piezas tras el desmontaje del patio.
Byne cuenta en su correspondencia con la arquitecta Julia Morgan, también al servicio de Hearst, que tuvo que negociar con Costa Ferrer porque «un millonario» local las quería. Merino apunta: «No sabemos si esto era verdad» y «tampoco si el millonario era Juan March», quien según el libro fue cliente de Costa Ferrer cuando construía su palacio de la calle Conquistador.
Por otra parte, la historiadora del arte Aina Pascual y el investigador Jaume Llabrés aportaron ayer datos sobre esta historia que no salen en el volumen recién publicado. Como que, en 1963, el editor Luis Ripoll publicó en el nº 84 de Papeles de Son Armadans el artículo Notas sobre unas piedras viejas y su traslado a Norteamérica . Pascual y Llabrés también citan este viaje en el libro Los patios de Palma (2001) y la primera lo incluye en La casa y el tiempo desde su primera edición (1988). Esta experta incluso lo buscó durante una visita turística a la casa de Hearst: «Pero no estaba». Hoy no se sabe dónde se encuentra.