De todas las posibles maneras de decir adiós al mundo de la ópera, Joan Pons (Ciutadella, 1946) escogió el lunes el regreso a los orígenes. El barítono interpretó al rey etíope Amonasro en Aída de Giuseppe Verdi en el Gran Teatre del Liceu, de Barcelona, mismos escenario y obra con los que empezó su carrera internacional hace 42 años. El público respondió con una ovación unánime que duró diez minutos.
La noche contó con el dramatismo del argumento de Aída y con la emoción propia de una despedida. Pons se convirtió en protagonista en el segundo acto y, ya en los primeros compases, se advirtió la disposición de la voz del barítono: segura, potente, suave.
En el tercer acto, antes de desaparecer de las tablas, vivió un momento intenso, el del prolongado aplauso de sus admiradores. Pons dejó claro que podía haber seguido algunos años más en escena al mayor nivel y sin concesiones. Se va porque quiere y condicionado por una salud renqueante que en los últimos tiempos le ha dado algún susto grave, como un cáncer superado o una arritmia cardíaca sufrida el pasado noviembre.
Calurosa
Al bajar el telón en la parte final del tercer acto, recibió una calurosa ovación con el público en pie. Los bravos resonaron en el Liceu, primer gran escenario del menorquín, y llovieron papeletas de colores lanzadas desde los pisos superiores con la frase: «Gràcies, gràcies, gràcies».
Fue una de esas noches para recordar, de las que los aficionados no se cansarán de rememorar. En pocos minutos, el camerino de Joan Pons se llenó de amigos y familiares más allá de la medianoche. El intérprete brindó con el alcalde de Ciutadella, José María de Sintas Zaforteza, arropado por una comitiva menorquina.
Son más de 40 años con el nombre de Ciutadella por todo el mundo», declaró Sintas. «Le debemos mucho y lo bueno es que ahora le veremos más por Ciutadella». Devotos del hijo ilustre de la ciudad, Jaume Marqués, Santiago Taltavull, Nando Salord decían: «Le hemos seguido por todo el mundo y lo que se pierde en escena es una voz y una persona irrepetible». El profesor mallorquín Domingo Garcías, otro ferviente admirador que le ha visto en teatros de distintos países, aseguraba que «se va una manera de interpretar que ya no existe».