Los cinco premios Grammy que Amy Winehouse consiguió en 2008 constataron que la artista británica más laureada en esos premios poseía todos los elementos para coronarse por derecho propio como la artista más importante del nuevo soul, un estatus que el público español apenas pudo saborear.
En fechas posteriores a esa coronación mediática, gracias a los reconocimientos por su segundo disco, «Back to Black» (2006), que confirmaban las esperanzas puestas en ella tras «Frank» (2003), sólo Madrid y Bilbao tantearon la posibilidad de disfrutar en España de «la blanca con voz de negra».
En realidad, sólo la capital podrá atesorar haber subido a uno de sus escenarios a la malograda diva tras convertirse en reina de la música negra reciente. Pocos meses después de hacerse con el premio al «mejor álbum de pop vocal» y a «la mejor intérprete femenina de pop», pasó por el Rock in Río de Madrid.
La actuación quedará así para el recuerdo musical de este país, aunque desde una perspectiva general sólo sirviera para sumar otro peldaño más a su descalabro personal. La Winehouse ya venía, unos días antes, de ridiculizarse en la franquicia lisboeta de este macroevento musical y en Madrid no fue mucho mejor.
La cantante no halló entonces ni el punto de afinación ni el de equilibrio, ebria como ha acostumbrado a presentarse en público con cada vez mayor frecuencia en los últimos años, cancelando conciertos y entrando y saliendo de las clínicas de desintoxicación para, supuestamente, rehabilitarse de todas sus adicciones.
Eso pasó con su esperadísima actuación en el último BBK Live de Bilbao, con todas las entradas vendidas. El suyo, para el pasado 8 de julio, era uno de los grandes nombres del cartel, pero a pocas semanas del evento, su concierto y todos los de su gira europea fueron cancelados.
Este no era sino uno más de los signos de un apagón anunciado, que venía además a acallar las esperanzas en un regreso de la cantante, tras la filtración el pasado mes de noviembre en internet de su primera grabación en cuatro años, una versión del clásico de los años 60 «It's my party» para un disco de homenaje al productor Quincy Jones.
No pudo ser. Ya en enero de este año, sus conciertos programados en Brasil volvieron a ser motivo de chanza internacional, con letras olvidadas, salidas extemporáneas del escenario y hasta alguna que otra caída bailando.
La paciencia o la transigencia de su público por su gran talento tuvo un límite y en junio terminó abucheada en Belgrado, momento a partir del cual comenzó la cancelación masiva de citas por «problemas de salud», según sus representantes, dejando con las ganas a los bilbaínos.