Escrita en 1667, El avaro es la brillante disertación de Molière sobre la codicia del ser humano, una noción que salpica inclemente a todos los personajes de la obra y avanza, impía, sobre nuestras conciencias. En esta historia no es el hombre el que posee la riqueza, sino la riqueza quien posee al hombre.
Molière, una vez más, nos sorprende con sus criaturas, tan cómicas como grotescas, atravesadas por un reflejo dramático que las vuelve reales, tangibles, al alcance de nuestras manos. El montaje, con Juan Luis Galiardo al frente en su caracterización del miserable Harpagón, se instala en el cartel de referencias del Teatre Principal entre el 14 y 17 de abril.
"Lo que más me sedujo de Harpagón fue su estatus de destructor de una de las piezas claves de la sociedad moderna, la familia" confiesa el actor que, a sus setenta y un años, desgrana con pasión los entresijos de un personaje al que considera "un cacique que muestra lo peor del ser humano". Poner en pie la función le ha costado más de un millón de euros, ¿inversión económica o emocional?, "ambas cosas" responde, "el público acude al teatro esperando de mi lo que en otra época se esperaba del trapecista, el triple salto mortal, y yo siento que no puedo defraudarles así que busqué dinero para traer a los mejores profesionales de la Escala de Milán, París, Estados Unidos y Argentina, creo en un teatro con contenido y pedagogía social, y para llevarlo a cabo de la forma adecuada debe incluir una puesta en escena original, inteligente y estética" argumenta para, un segundo después, apuntillar con sorna "si la gente quiere un teatro sin paredes, sin iluminación, sin música que vaya a ver un espectáculo de monólogos, yo propongo otra cosa" sentencia, dando sentido al ingente caudal de valores que inflige un texto que, pese a acumular sobre sí una capa de polvo de más de tres siglos, propone una moraleja extraordinariamente vigente en el contexto social actual.