El poeta mallorquín Miguel Àngel Velasco (Palma, 1963) falleció repentinamente el viernes en Son Sardina a la edad de 47 años, sólo unos meses después de publicar el poemario Ànima de cañón (Editorial Renacimiento).
El autor, «un enamorado de la palabra», así le recuerdan algunos compañeros, descubrió bien joven su don para tejer el lenguaje y embellecerlo como nadie, entonces bajo el sello de los novísimos. Así, con sólo 18 años logró el premio Adonais por Las berlinas del sueño. Fue después de lograr un accésit de este mismo galardón unos años antes con Sobre el silencio y otros llantos.
Velasco logró, aunque con una producción no excesivamente extensa, ser un referente entre los poetas de su generación y en la literatura española contemporánea, especialmente tras lograr, en el año 2003, el premio Loewe por La miel salvaje. Sin olvidar, que también fue finalista del Premio Nacional de Poesía.
Miguel Àngel Velasco no paseó su imagen por los circuitos literarios mallorquines, prefirió dedicar ese tiempo a acunar las palabras y a cultivar el alma y la mente. El poeta, quien tuvo como maestro a Agustín García Calvo, mantuvo estrechas relaciones con otros escritores de su tiempo, como Vicente Gallego, Carlos Marzal o Isabel Escudero.
Quienes conocieron su trabajo, describen un giro en su poesía, especialmente notable en obras como El sermón del fresno o La vida desatada. Desde aquí, desde casa, junto a su madre, escribiría sus últimas obras, Fuego de rueda y Ànima de cañón.