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«Mallorca cosmopolita. Pero el sargento Benito Ripoll, de la Benemérita, vigila psicológico», escribía Baltasar Porcel en su habitual columna del diario La Vanguardia el 15 de marzo, titulada Psicologías de don Benito. El novelista, fallecido en Barcelona el pasado 1 de julio, había avanzado en dos columnas, la otra publicada el 29 de marzo, rasgos del futuro protagonista de Els crims de la Casa Santa, la novela en la que trabajaba.
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«Era un proyecto muy ambicioso, con varios temas recurrentes de su obra y que, posiblemente, contendría algún eco del mito de Andratx, donde regresaba, pero con una mirada en el presente y que bebería bastante de Olympia a mitjanit», comentó Alexandre, hijo del escritor.
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El protagonista de Els crims de la Casa Santa, novela que Porcel «ya tenía planificada y de la que estaba a punto de escribir un borrador», según Alexandre, iba a ser un ex guardia civil que investiga y resuelve casos. Ripoll, en la columna del 15 de marzo, soluciona un hipotético suicidio, «el del mecánico bicicletero Tofla», y que, en realidad, es un asesinato.
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«Somos la imagen de nosotros mismos que nos hacemos, no los diablejos que en verdad somos», apuntaba Porcel, quien añadía: «pero entonces vi al hijo y la nuera de Tofla a la mesa, tragaban con voracidad, eran grandotes y relucían de grasa. Comprendí que cualquier temor a quedarse sin la herencia del padre los pudo inducir al asesinato, pues la Contijoc braveaba que ahora con el divorcio podían casarse y vivir en Benidorm». Porcel sentencia: «luego, con cuatro bofetones les forcé a declararse culpables. Si el juez, debido a ello, anula la validez de su confesión, ya se apañará: yo estoy contento, me gusta trabajar a conciencia».
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Otra clave de la truncada novela, que habría sucedido en Andratx y Nueva York, relucía quince días después en el mismo diario, en la columna El rapto de la sabina vanidosa. Porcel mezcla vivencia y literatura en un diálogo con el periodista Xavier Bru de Sala sobre Ripoll. «En Mallorca no hemos sabido crear una industria, sino sólo vender turismo, aquí te pillo y aquí te mato», opinaba el sargento. El suboficial proseguía: «Y un mallorquín cuando va por ahí y encuentra a otro, siempre tiene que explicarle adónde va y de dónde viene, pues no puede decir que ha estado paseando, está mal visto, es de gandules».