MARIANA DÍAZ
Turistas. Calor. Obras. Andamios. Así será el verano de la Seu en lo que a patrimonio histórico se refiere. Mientras los arquitectos diocesanos finalizan el proyecto de rehabilitación del rosetón mayor, trabajo que costará unos 120.000 euros que, de momento, asume la Diócesis en solitario, ya se conoce que de los 1.100 cristales de colores que lo integran, al menos una centena tendrán que sustituirse por su mal estado. «Aquí hay polvo de siglos», comentaba ayer el aparejador diocesano, Bartolome Bennassar, tras llegar a lo alto de los 46 metros del andamio instalado en el altar mayor, lo que no impide que las parejas sigan celebrando sus esponsales bajo el baldaquino de Gaudí aunque los tubos de acero empañen la imagen de tan feliz día. Al polvo secular se fueron añadiendo los restos del mortero que sellaba el cristal a las volutas de marés, mortero que en muchos lugares ya ni existe.
Desde arriba, de narices con el rosetón, se ve claramente cómo faltan trozos enteros de piedra en la estructura y cómo los cristales se sostienen, en algunos casos, casi en el aire.
«Si los del Ayuntamiento hubieran subido aquí para ver cómo vibraban los cristales cuando las pruebas [antes del atiafoc de Sant Sebastià] no autorizarían este tipo de espectáculos», reflexionó Bennassar.
Los pequeños topes de cobre que también actúan como sujeción de los cristales se cambiarán por otros de acero, y el mortero, por silicona neutra, que admite las vibraciones, lo que no sucede con el primero.
Debido al peso que supondría, el rosetón no llevará, finalmente, un cristal de protección, sino una especie de plástico film transparente al que, en caso de rotura de un cristal, éste quedaría adherido evitando su caída al suelo como sucedió el pasado mes de febrero. La piedra de marés, como sucede con los cristales, también sufre numerosas grietas que se coserán con fibra de vidrio por el interior.
En general, y visto de cerca, el rosetón presenta un estado de deterioro considerable en la que será su primera gran restauración.