A finales de 1999 el Departamento de Historia del Arte de la UIB ofreció un doctorado honoris causa a Miquel Barceló. Como el artista de Felanitx dice que a él no le gustan los premios ni los homenajes, puso una condición: quería intervenir allí donde no le habían dejado a Joan Miró, es decir, en la Catedral de Mallorca.
Miró se había ofrecido en 1975 para diseñar los vitrales de la capilla de Sant Pere, que estaban cegados desde tiempos inmemoriales. Pero el obispo Teodoro Úbeda, que había llegado a la diócesis hacía sólo dos años, contaba con escasa influencia sobre el cabildo catedralicio. Monseñor Úbeda rechazó amablemente la propuesta después de unas breves consultas y de oír por boca de algunos canónigos que Miró era «comunista» y «poco creyente». Se dejaba de lado así a un artista reconocido internacionalmente y, peor aún, que estaba dispuesto a sufragar la obra. Pudo más el miedo que el coraje, algo de lo que don Teodoro siempre se arrepentiría.
Cuando las profesoras de Historia del Arte de la Universitat Mercè Gambús y Catalina Cantarellas, junto al funcionario de la UIB Biel Mesquida, le explicaron cuál era el deseo de Miquel Barceló al obispo, encontraron en él una disposición excelente. Don Teodoro debió de pensar que al fin podría sacarse la espina que tenía clavada en el fondo del corazón desde hacía 25 años. La intervención personal y directa de monseñor Úbeda y su aliado en la causa, el canónigo y delegado diocesano del Patrimonio Culturamossèn Pere Joan Llabrés, fue decisiva.