La muerte de Robert Altman pone fin a la carrera de un realizador con una de las filmografías más brillantes y transgresoras de la historia del cine. El cineasta norteamericano falleció el lunes a los 81 años en un hospital de Los Angeles, informó ayer su compañía de producción, Sandcastle 5 Productions, aunque la causa de la muerte aún no ha sido determinada.
De gran presencia y mente brillante, Altman fue, además de director, productor y guionista de gran parte de su obra, lo que le valió el calificativo de «autor» en un Hollywood donde el cine es industria.
El presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, Sid Ganis, dijo este año que el director de M.A.S.H. fue un innovador del medio, al anunciar la concesión a Altman de un Oscar de honor. «Ha redefinido los géneros, ha inventado nuevos modos de utilizar el medio y ha revitalizado los antiguos«, dijo Ganis, al anunciar este año el galardón de honor del que le hizo entrega la Academia.
Como otros grandes cineastas, Altman recibió así el Oscar como una estatuilla de honor, dado que nunca pudo obtener este premio por sus más de ochenta películas como director, 39 como productor y 37 como guionista.
Algunas de sus cintas más notables y que aspiraron al Oscar a la mejor dirección fueron M.A.S.H. (1970), Nashville (1975), El juego de Hollywood (1992), Vidas cruzadas (1993) y Gosford Park (2001). También defendió otras dos candidaturas como mejor productor, por Nashville y Gosford Park.
Altman murió con las botas puestas, como había prometido. «Lo único que lamento es que un día veré la luz al final del túnel y no podré seguir haciendo cine», dijo en una de sus últimas entrevistas un autor que se aburría «de muerte» cuando no estaba rodando, según confesó. De ahí la ironía de que la noticia de su fallecimiento coincida con la campaña de su último filme, A Prairie Home Companion.
Además de sus logros cinematográficos, Altman siempre fue un defensor de la contracultura y de las libertades. Su oposición al presidente estadounidense, George W. Bush, le llevó a prometer que abandonaría su país, en caso de que fuera reelegido.
Aunque Altman incumplió su promesa tras la victoria electoral de Bush en el 2004, sus producciones cada vez estuvieron más vinculadas a Europa que a Estados Unidos, donde le era más difícil encontrar financiación.
Durante la entrega del Oscar este año, Altman confesó además un secreto que había mantenido en silencio: se había sometido a un trasplante de corazón hace once años.