Hace unos siglos, una mujer tremendamente rica y perteneciente a la nobleza decidió abandonar el lujo por una habitación casi desnuda. Esta mujer, virreina de Mallorca entre 1644 y 1645, se casó con Dios y tomó los hábitos convirtiéndose en monja capuchina en 1648. Era sor Clara María Ponce de León, una de las fundadoras del monasterio de la Purísima Concepción de Palma. La exposición que cada Navidad presenta el monasterio recrea este año «L'àmbit femení en els segles XVII i XVIII, del palau al convent», donde se presentan los contastes entre los dos universos que vivió sor Clara María, el lujo y la austeridad. La muestra permanecerá abierta desde hoy y hasta el 9 de enero de 2005.
El montaje es el resultado del estudio y recuperación del patrimonio artístico y etnográfico de la comunidad de clarisas capuchinas. El monasterio conserva algunos objetos y muebles de la época de sor Clara María Ponce de León como un espejo de marco rizado, una arquimesa, un joyero de filigrana de plata y un pequeño tesoro colonial integrado por tres búcaros y diversos vasos exóticos procedentes de América central. La muestra reúne todas estas piezas más el mobiliario popular del monasterio. De esta manera, se remarcan las diferencias y los contrastes entre los ámbitos lujosos de las casas señoriales y los espacios más pobres de un convento de vocación franciscana.
Austeridad
La primera sala de la exposición, que cuenta con el patrocinio de
Gesa-Endesa y que quiere conmemorar el tercer aniversario de la
muerte de sor Clara María, recrea una cocina tradicional. «Cuando
sor Clara María llegó al convento instauró unas normas muy
estrictas y, sobre todo, muy austeras», explicó Jaume Llabrés,
comisario del montaje junto a Aina Pascual. Las habitaciones, la
segunda sala de la muestra, no tenían ningún lujo. «La cama era una
tabla sin colchón, dormían sobre una manta envuelta en una sábana».
Las celdas tenían cortinas de tela de saco que, en aquella época,
servían de puerta. Dos muebles, una tabla para escribir y una pila
pequeña de cristal con agua bendecida son los complementos de la
habitación.
Tras la sobriedad llega el lujo extremo. La tercera sala recrea un estrado, una estancia en la que se reunían las mujeres de la nobleza y que se componía de una tarima cubierta por una alfombra con cojines para sentarse o apoyarse. «En Mallorca no queda ninguno, por lo que nos hemos inspirado en uno de la Casa Lope de Vega de Madrid».
La sacristía grande protagoniza la cuarta sala, dedicada a las artes suntuarias y decorativas de los siglos XVI y XIX. Este año, se ha incorporado un cuadro de grandes dimensiones de santa Isabel de Portugal datado de 1695 y una pequeña capilla barroca del siglo XVIII. La quinta estancia muestra la sacristía interior del convento, que se abre por primera vez al público. Esta sala conserva todo el mobiliario de época como, por ejemplo, cajoneras, armarios encastados o un mueble llamado sa caliera. Por último, los belenes de las capuchinas cierran la muestra. Por primera vez, se han ubicado en la sala de labores, donde se presentan tanto el belén monumental como el de retal. Este último se presenta en sociedad tras años escondido dentro de unos vitrales realizados ex professo.