P.GIMENEZ
Coloristas, exóticas y vigorosas pinturas que respiran vida e
invitan penetrar en ellas para descubrir las figuras voluminosas
que las habitan y los paisajes que representan. El Casal Balaguer
inaugura hoy, a las 20.00 horas, la exposición que reúne en el
centro una selección de obras realizadas por Maria Antònia Cerdà de
1993 a 2003. Una escultura de su primera época, «Cabeza de niña», y
un total de 30 pinturas de la creadora mallorquina (Palma, 1965)
sirven para mostrar «la evolución» que ha experimentado la obra
plástica de Cerdà, que se inició en el mundo de las artes en el
campo de la escultura.
Según destacó la artista, en su obra la palabra «evolución» cobra todo el sentido que connota el término. «En mi pintura no existe una ruptura evidente», afirmó. Eso hace que Cerdà reconozca en la serie de obras que se exhiben en el Balaguer, la mayoría procedentes de colecciones particulares de Palma, dos momentos diferenciados por el paso de los años. Precisamente, porque «los pasos lentos son las que dan mayor firmeza», es el tiempo lo que ha servido a la artista para «tratar las cosas de una forma más alegórica e incrementar el contraste de los colores para crear la atmósfera».
Cerdà llega así al punto que más caracteriza su obra: el color. «Su uso se ha convertido en un acto más reflexivo, más consciente, con el fin de conseguir resaltar la intensidad. Los sentimientos, las emociones que después despiertan en el público pueden ser diferentes de los que te provocan a tí». Por eso, la pintora afirma que «el uso del color no es patrimonio exclusivo de una època». Una opinión que compartió Alexandre Ballester. Conocedor y amigo personal del artista, el escritor, que la acompañó ayer en la presentación, elogió el dominio del dibujo de la pintora y habló de «cerdanisme», para calificar la estética y el lenguaje que caracterizan la pintura de la mallorquina.