La historia nació de un encuentro con un amigo de infancia, un primo beato que vivía en Buenos Aires y que se fue a Alemania a estudiar ciencias y el idioma. Allí, conoció a una mujer madura con quien tuvo un romance inusual, una aventura que, tras pasar por el filtro de Alfredo Bryce Echenique, se convirtió en El huerto de mi amada, la obra ganadora del Premio Planeta 2002 que ayer se presentó en El Corte Inglés. En la novela, el primo se convierte en Carlitos Alegre de Avenidas, «un joven fascinado por una persona mayor» a quien no «seduce», sino que «enamora».
La pieza se sitúa en el Perú de los años cincuenta, un país que «no había estallado demográficamente». «Eran años de boato, de virreinados, elegantes y acomplejados en el intento de ser Europa». Una época «conservadora que quería matar la ilusión y el amor de Carlitos». Ese Perú está extinguido, «se ha mestizado» a través de «la cultura popular». Sin embargo, ese pasado y esos valores perviven. «Algunos quieren vivir como antes». Bryce, por su parte, se siente de «todos los Perú existentes». «Describo el de mis familiares, viví el popular a través de la universidad y siento el del presente, un lugar que busca una salida, un país roto».
El autor se encuentra trabajando en la segunda parte de sus antimemorias, que se llamarán «Perú a mi manera». «Quiero mantener el mismo esquema, dejarme llevar por el azar y los recuerdos casi como van viniendo». No existe un nexo cronológico ni lógico, es una sucesión de acontecimientos. Hablará de Cuba, de la muerte de un amigo y de su regreso a Perú tras 35 años en Europa, los últimos 15 en España. «Cuando me pueda reír y contar con gracia mi vida en Perú, podré terminar mis memorias». Un sentimiento patriótico que define como «vulgaridad y amor por ese país». Cuándo podrá tratar el tema, tabú hasta el momento, no se sabe. «Esperemos que pronto».
Las historias de Bryce suelen estar repletas de ironía, un elemento que también protagoniza El huerto de mi amada. «La ironía es una forma de penetrar y revelar mejor las cosas, es la sonrisa de la razón». No se basa en «la burla o el escarnio», sino en la necesidad de «haber amado mucho». «Es amor, comprensión, no reírse del mundo sino con él».