Globalización e identidad en el arte. Sobre este asunto compartieron ayer un diálogo en Palma dos españoles que trabajan en el circuito internacional, el ibicenco Bartomeu Marí y el valenciano Vicente Todolí, director del Museo Serralves, en Oporto, que en febrero se hará cargo de la Tate Modern de Londres.
Ambos participaron en el proyecto «Squatters» (okupas), en 2001, cuando Oporto y Rotterdam detentaron la capitalidad cultural europea en 2001. Todolí dirigiendo el Serralves y Marí el Witte de With Center of Contemporany Art, periferia y centro de Europa. Desde este trabajo compartido por dichas ciudades en una relación de colaboración e independencia, Todolí y Marí explicaron cómo se pueden hacer proyectos conjuntos «desde la globalidad, aprovechando las máximas energías sin perder la indentidad y con un diálogo sin fronteras».
El proyecto se desarrolló de manera diferente. En Oporto, con escasa experiencia de arte público, el Museo «se abrió a los ciudadanos ocupando edificios en plena actividad sin relación con el arte como los tribunales de justicia». En Rotterdam, con gran tradición de arte público, las exposiciones tomaron «un cariz recluido en nuestra institución» explicó Marí. «No se trataba de encontrar un consenso que limara diferencias, al contrario, era un consenso y un disenso», comentó Todolí.
Se «respetaron las diferencias, hubo libertad de acción, algunos artistas se compartieron y otros no», añadió el valenciano. Hasta aquí todo fue bien, pero la «resaca» del después dejó en evidencia la gestión política del evento, como en Oporto, donde «se desaprovecharon las infraestructuras debido a que hubo un cambio político». Los «vaivenes de este tipo», apuntó Todolí, sólo llevan «a fuegos de artificio», por eso, como modelo de gestión, es partidario «de una fundación con implicación pública y privada que conserve su carácter independiente, que no esté sometida a cambios políticos cada cuatro años y que de confianza a los responsables para llevar adelante un programa».