Nació en Sevilla, se crió en Eivissa y se formó profesionalmente en Madrid. Sus primeras piruetas en el mundo de la danza fueron en el Ballet Nacional, un lugar en el que reconoce que tuvo «suerte», ya que su primer trabajo en la compañía fue como primer bailarín. «No estaba a la altura. Todo lo que tenía lo llevaba en bruto». Años de preparación más tarde, Antonio Márquez presenta esta noche su espectáculo en el Auditòrium dentro de la Temporada de Ballet, que, en su próxima edición, traerá a Joaquín Cortés.
En Palma presentará tres piezas de su repertorio: «Reencuentros», «Zapateado» y «Movimiento flamenco». La última obra es un homenaje al flamenco que recorre los palos del baile mediante una pareja convertida en el hilo conductor. «Muestra nuestro nuevo flamenco», dice. «Me gusta olvidarme de la técnica y dejarme llevar por la sensación de bailar», explica Márquez. El bailarín sabe que, para lograrlo, se necesitan horas y horas de ensayos y crear una «forma personal», nacida, siempre, de una base. «Nadie puede innovar si no conoce lo tradicional». Una manera de avanzar en el baile es desde la «propia personalidad». «En el escenario trato de ser yo mismo».
El bailarín reconoce que aquellos que realmente llevaron adelante las innovaciones más importantes fueron los grandes maestros. «Se lo debemos todo a ellos». Respecto al éxito del flamenco, Márquez sitúa la causa en «un boom debido a unos personajes que están en el candelero que ofrecen una imagen nueva del baile». La nueva generación «llega al gran público y no se queda en el selecto», algo «positivo» porque se lleva «a todo el mundo una cultura que no es nueva, ya que siempre ha estado presente».
«El flamenco no tiene moldes». La innovación debe partir de un «respeto a la tradición». Hoy en día, «hay espectáculos buenos o malos». «Cuando el público va a ver un espectáculo busca sentirlo, que le llegue, no entenderlo».