ALMUDENA CASADO-BURDEOS
Los restos mortales del actor Francisco Rabal fueron incinerados
ayer en las afueras de Burdeos y por la tarde llegaron a Madrid
para, después, ser trasladados hasta su localidad natal de Àguilas
(Murcia). Hasta llegar al crematorio del cementerio de Merignac, el
cuerpo de Rabal estuvo acompañado en todo momento por su mujer, la
actriz Asunción Balaguer, sus hijos -la también actriz y cantante
Teresa y el director de cine Benito Rabal- y uno de sus nietos,
Luis.
«¡Paco llenaba tanto la vida...!», decía su viuda, quien desgranó los últimos días del actor: su ilusión por el esmoquin que se compró para asistir a un homenaje en Montreal o incluso la última comida y la copa de champán en el mismo avión en el que murió. «En Canadá no pudo ponerse el esmoquin y esperaba hacerlo en el Festival de San Sebastián», recuerda Asunción.
Todo iba bien a su regreso de Montreal, vía Londres, hacia Madrid hasta que a Rabal le dio un golpe de tos y se empezó a asfixiar como consecuencia de un enfisema pulmonar que padecía. La tripulación del avión de la compañía británica «British Airways» hizo todo lo posible por reanimar al actor, pero, cuando el aparato aterrizó en el aeropuerto de Burdeos para poder prestarle asistencia médica, Rabal ya había fallecido. «No sufrió, es lo único que me consuela», subraya Asunción Balaguer.
Como en una jugada del destino, Rabal, al igual que ese Francisco de Goya que interpretó en 1999 de la mano de Carlos Saura y que le valió el premio Goya a la mejor interpretación masculina, terminó sus días en Burdeos. «Papá me decía 'la nena, la nena' -relata Teresapero yo le contestaba 'papá, voy a cumplir cincuenta años' y él me respondía 'no es posible, nena'». Fumador recalcitrante, marcado por la vida y las cicatrices a causa de los accidentes de tráfico, comenzó en el mundo del cine como aprendiz de electricista.