Robert de Niro recibió anoche, de manos de Javier Bardem, el Premio Donostia 2000 con el que el Festival de Cine de San Sebastián reconoce su camaleónica carrera. En una mutitudinaria rueda de prensa celebrada ayer por la tarde, De Niro respondió a las apenas 10 preguntas que se le pudieron hacer de manera concisa, adusta y con su característica media sonrisa.
No se extendió mucho cuando se le preguntó por una jovencísima Jodie Foster con la que compartió protagonismo en «Taxi Driver» de Scorsese: «Tenía 12 años y se comportó como una profesional. No tenía ni idea de que llegaría tan lejos», y definió a Antonio Banderas como un «excelente» actor con el que le «encantaría trabajar». De su faceta de director en «Historias del Bronx» dijo: «Siempre que un actor dirige, la interpretación es lo que mas le importa y lo que más trabaja porque conoce las dificultades».
Selectiva, "a él no le dirige cualquiera", la filmografía de Robert de Niro (Nueva York, 1947) es de las que han pasado con honores a la historia del cine contemporáneo. Pupilo en sus primeros pasos por el cine independiente de Roger Corman («Greetings», 1968; «Boody Mama», 1970), el actor italoamericano no tardó en merendarse a Al Pacino en «El Padrino II» y llevarse un Oscar como mejor actor secundario que todos daban por descontado. Incomparable personalidad fue la que iría desplegando en su filmografía inmediatamente posterior, en la que cada creación es una lección de versatilidad y aprehensión psicológica de sus personajes: adusto amasafortunas en el «El último magnate»; el terrateniente del mastodóntico «Novecento»; el neurótico saxofonista de «New York, New York»; el impasible antihéroe de Vietnam en «El cazador» o el gol definitivo de su prestigiosa carrera en la que se da la gran comilona, y alcanza una porcina caracterización, para permitirse ser desfigurado sobre el cuadrilátero a cambio de una de las estatuillas más merecidas y aplaudida de los últimos cincuenta años.