EMILI GENÉ
Jesús es alegría y así lo entendieron desde el principio los muchos
devotos que asistieron a la comunión celebrada por sacerdotes tan
marchosos como los Gospel Singers. Fieles a las consignas lanzadas
desde un escenario reconvertido en altar, los asistentes se dejaron
bautizar y confirmar en un credo que es eterna juventud: la
fidelidad no es disciplina militar sino fiesta multitudinaria con
decibelios de discoteca, participación adolescente, desinhibición
compartida.
Todos cantaron, corearon, batieron palmas, saltaron y balancearon
caderas y brazos en alto, siguiendo las pautas de un guión con
apariencia de show televisivo, tan inocente como espectacular.
Americanismo cordial y ecuménico aderezado de muchos «Aleluyas» y
«Jesuses», más milagrosos que la misma chispa de la vida: los
espectadores bebieron con avidez del brebaje místico y
rejuvenecieron sus cuerpos y gargantas como si estuviesen en una
verbena desmadrada y ligth, en una fiesta multitudinaria de
cumpleaños infantil, en un crucero de lujo a la Nueva Vida.
«Esto es una orgía» confesaba uno de los más de mil asistentes al
viaje iniciático. «Guapo» o «torero» fueron piropos lanzados al
líder de la secta, entre el delirio. No hubo milagros
espectaculares entre el público, no apareció Zeta-Jones aunque sí
Fernando Schwartz, pero sí se respiró una de las borracheras más
sanas del verano, con más mallorquines que peninsulares y más
peninsulares que alemanes.
La borrachera más sana del verano con la música de Golden Gospel Singers
El grupo convirtió su actuación en Costa Nord en una auténtica fiesta participativa