El escritor Juan José Millás se ha 'reencontrado' con su València natal este miércoles para recoger el Premi de les Lletres Valencianes de la Generalitat, un nuevo regreso a la capital del Turia que para el autor «cierra un círculo» tras emigrar en su infancia.
«En ninguno de mis viajes a València se ha roto ese encanto de un lugar más imaginario que real. El encuentro con la realidad no ha destrozado aquella idea de paraíso perdido», ha afirmado en el acto de entrega del diploma.
La ceremonia de entrega se ha celebrado este mediodía en el Palau de la Generalitat y ha arrancado con una actuación del rapsoda Vicent G. Camps, que ha interpretado un poema de Marc Granell, también reconocido con esta distinción autonómica; seguidamente ha recitado un 'Mare' de María Beneyto --que también cuenta con este galardón--, 'Antes del odio' de Miguel Hernández y un tercero de Juan José Millás escrito en su juventud, para finalizar con un fragmento del Tirant lo Blanch, que ha dado paso a la entrega del diploma y a la intervención del escritor.
En su discurso, Millás ha relatado que vivió en València hasta los seis años, cuando se mudó a Madrid «por razones familiares» y se instaló «en un barrio que sarcásticamente se llamaba Prosperidad», un «suburbio feo, hostil, frío y espantoso». «Mi vida se dividió entre el antes y después de València», un «corte brutal» al dejar la ciudad donde él y su familia eran «muy felices» e iban a la playa todos los fines de semana.
Millás ha recordado la novela 'La loca de la casa' de Rosa Montero, «que cuenta que ella hizo una especie de encuesta según la cual un porcentaje muy alto de escritores han tenido en una época remota de su vida una pérdida real o imaginaria. Parece que sin esa pérdida es imposible escribir. Se escribe en cierto modo para reparar esa pérdida, coser esa herida que no tiene sutura», ha expuesto el autor sobre su añoranza.
Desde Madrid, Millás empezó a pensar en «València como espacio mítico» que se convirtió para él en un «paraíso perdido», un «lugar irreal». En su hogar en la capital, un juego de luces en la pared dibujaba la forma de una puerta y él imaginaba que era «una puerta fantástica» por la que salir a la playa. «Jugaba mucho a alcanzar esa puerta», ha recordado.
El escritor tardó «mucho» en volver a València, hasta que tuvo «veintitantos», porque «tenía mucho miedo de contrastar» su fantadía. «No había ninguna posibilidad de que la fantasía sobreviviera, ninguna fantasía sobrevive al contacto con la realidad», ha expresado.
No obstante, cuando regresó al 'cap i casal' en su veintena empezó a «callejear al azar» por la zona en la que nació y se encontró con el mercado que visitaba de la mano de su madre y su «arquitectura fantástica», acompañado de la humedad del mar que había olvidado. «Me quedé fascinado». Después recaló en la Plaza Redonda, «ese prodigio arquitectónico muy onírico, como de un sueño, al que recordaba haber ido» con su madre. «Volví de València a Madrid y la imagen no se había roto en absoluto. València seguía siendo un lugar irreal», ha resaltado.
Desde entonces, siempre que regresa procura no «aventurarse en lugares peligrosos que pudieran romper esa imagen». «Siempre me ha seguido pareciendo el lugar que existe en mi imaginación», ha destacado.
Por ello, cuando le dijeron que iba a recibir este «premio irreal» en «este sitio imaginario e irreal», le pareció «que se cerraba un círculo», ha agradecido.
Los sueños y milagros
Además, el autor ha narrado que fue en la playa de la ciudad donde le sucedió el primero de los «varios milagros» que ha vivido a lo largo de su vida. A ella acudía todos los fines de semana y, la noche de antes de uno de esos días, soñó que haciendo un agujero en la arena encontraba una peseta. «Era una moneda que, con independencia de la efigie, remitía a tesoros», ha rememorado, y «era tan sólida, tenía tal calidad real», que pensó que si la apretaba muy fuerte en su mano al despertar seguiría ahí y no podría «escapar». Pero al abrir los ojos no estaba.
Entonces fue a la cocina donde su madre estaba preparando los bocadillos para ir a la playa y le contó su sueño. Después recogieron las cosas y marcharon a la playa, donde mientras sus hermanos jugaban en el agua, él se quedó con su madre que estaba sentada en su silla. «Me dijo '¿por qué no haces un agujero en la arena a ver si encuentras la peseta del sueño?'. Empecé a escarbar y efectivamente la encontré», ha explicado.
El escritor ha explicado que siempre ha rememorado este episodio y años después, relatándoselo a su psicoanalista, cayó en la cuenta que que había sido su madre «la que había metido la peseta». «Lo sorprendente es que yo me hice mayor y jamás se me ocurrió» y como ella ya había fallecido no lo pudo contrastar.
«Significó dos cosas: una, que si había sido mi madre yo tenía una madre omnipotente, capaz de organizar los sueños, y tener una madre omnipotente es bueno y malo, o bien que los sueños se cumplían. Salir a la vida con la idea de que los sueños se pueden realizar es salir con cien años de ventaja», ha remarcado.
Un premio singularizado
La clausura del acto ha corrido a cargo del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, quien ha avanzado que este galargón bianual que otorga la institución se entregará de forma singularizada en fechas próximas al 20 de noviembre, Dia del Llibre Valencià, y alternará en cada edición la distinción a autores en valenciano y castellano.
El 'president' ha puesto el foco en que Millás, en sus novelas y colaboraciones periodísticas, muestra «lo que no había, lo que no se decía, lo que no se veía», y lo hace hasta articular una «mirada dislocada» sobre la realidad, sin renunciar al «compromiso» con ella. En su opinión, esa «fusión única del 'articuento'» es la que quizás lo ha convertido «en el mejor 'escritor de periódicos' de su generación», siguiendo una tradición que «lo conecta con Larra, Camba o Pla».
El 'president' ha advertido que hoy «la ignorancia obtiene recompensa antes de caerse el decorado que la soporta». «Tantos años después regresa el 'muera la inteligencia' y algunos incluso contemporizan con el 'viva la muerte' de Millán Astray y coquetean con el odio de forma irresponsable».
Por ello, ha invitado a combatir la «incultura», que «está ganando espacio público», con la cultura, y a hacerlo a través de un «instrumento insuperable», como el bolígrafo, un «arma de construcción masiva», que «construye pensamiento, sentimiento, emoción», que «construye memoria y proyecta esperanza» y que, en definitiva, «construye los puentes para una realidad diversa, hastiada de muros».