Los beneficios que aporta el sol a nuestro cuerpo no son pocos, nos aporta vitamina D, fundamental para la mineralización de los huesos; la radiación del sol promueve la síntesis de la serotonina, una sustancia relacionada con el bienestar; disminuye la presión sanguínea; mejora la calidad del sueño...
Sin embargo, en pleno verano deberemos cuidar con mucho mimo nuestra piel ante su exposición al sol. En dosis muy altas puede provocar quemaduras solares, envejecimiento de la piel a largo plazo, fotodermatitis o enfermedades pigmentarias, entre otros.
Para evitar perjudicar nuestra piel, podemos seguir unos consejos muy fáciles. Por ejemplo, buscar siempre la sombra y evitar la exposición al sol durante las horas de más intensidad (entre las 12 y las 16 h.); aplicar la cantidad suficiente de protección solar justo antes de la exposición, y repetir la aplicación generosamente y con frecuencia, sobre todo después de cada baño, de haber transpirado o de secarnos con la toalla; es muy importante no exponer a los bebés ni a los niños al sol directamente ya que su piel es muy sensible, se les puede proteger con un sombrero, gafas de sol y una camiseta; por otro lado, es imprescindible elegir un nivel de protección adecuado para cada tipo de piel.
Todas las medidas que tomemos serán bienvenidas, ya que el posible 'maltrato' que sufra ahora nuestra piel puede que no nos pase factura ahora, pero sus efectos dañinos son acumulativos y podríamos ver sus resultados en un futuro.
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