La periodista Elisabeth Moll lanzó una cifra, tan preocupante como real, a la mesa redonda de expertos de la jornada Las nuevas adicciones en la era digital: «El 90 % de los niños tiene teléfono al iniciar Secundaria».
Y fue el policía de menores, fundador de ‘Educando proteges’, Silvestre del Río, el que contestó de forma más clara a esta afirmación: «Hay que dejar de obsesionarse con la edad en que se compra un móvil, aunque antes de los 12 años es una barbaridad».
El psicólogo clínico y psicoanalista José Ramón Ubieto, que momentos antes había impartido su conferencia, planteó a su vez una nueva pregunta:«¿a qué edad les dejarían las llaves de casa a sus hijos? Probablemente sería algo paulatino».
Al final, lo recomendable, es que no haya prisa, que se retrase al máximo y que se haga de forma escalonada, acompañada, con normas y consecuencias en caso de incumplimientos y conociendo los posibles peligros.
La especialista en Social Media, Patricia Bárcena, añadió el concepto de «chupete de cristal». Y es que «hemos acostumbrado al niño a las pantallas desde pequeño porque estamos ocupados. A los 12 años las tienen más que normalizadas».
Para la presidenta de Unicef Baleares, Mercedes del Pozo, «la regulación del mundo digital es necesaria pero hay que tener en cuenta a los jóvenes y que opinen de lo que les afecta directamente».
Si Del Pozo defendió la madurez de quien es consciente de que hace un mal uso, Del Río insistió en que es primordial conocer «qué youtubers miran o por qué les gustan». En definitiva, «si te hablan de Minecraft, te chupas el Minecraft y así, si un día tienen un problema te lo van a contar», añadió.
Todos los expertos defendieron la necesidad de implicarse más. «Si dudan de que pasa algo extraño deben tener la confianza suficiente para comentarlo», defendió Bárcena, quien añadió que «no se puede negociar sobre el uso de unas herramientas de las que no estás al día».
En este sentido, también rebajó las alarmas, pues «los usos actuales de las redes sociales son más privados que el que hace el milenial, que se expone más. A lo mejor nos quedamos anticuados en lo que pensamos que hacen».
Y sobre el peligro de no entender el mundo digital en el que viven las nuevas generaciones incidió Silvestre del Río, «los adultos somos su tercer referente después de los iguales, o internet».
Así pues, recordó Mercedes del Pozo el estudio de Unicef que revelaba que en Baleares, «sólo el 13 % de las familias controla los contenidos que se ven». Es más, «apenas el 30 % de éstas pone normas y el 60 % come con el móvil en la mesa…». A su juicio, «hay una desprotección y desconocimiento por parte de las familias que la prohibición no va a solucionar».
José Ramón Ubieta usó cada letra de la palabra ‘padre’ para explicar la esencia del control parental: P de prohibir, «una de las funciones de la educación es decir ‘no’ a, por ejemplo, dormir con móvil. A de acompañar, «debemos saber qué les preocupa, que a veces es lo más inverosímil». D de disimular, «hay mirar para otro lado porque se tienen que equivocar». R de renunciar, «a saberlo todo; el mejor padre es el que a veces se equivoca, los errores de los padres son un acierto para los niños». E de estilo de vida, «lo más importante es enseñarles a disfrutar. Para que escuchen un ‘no’, hay que decir antes un ‘sí’».
Al finalizar la mesa redonda se abrió el turno de participación del público, entre el que surgió una voz representativa de miles más. Laura Moyà, del movimiento Adolescència sense Mòbil, preguntó a los expertos cómo llegar a las familias «que no piensan como nosotros».
Ubieto destacó la importancia de «escuchar a los que no creen lo mismo que nosotros» y recordó que muchas familias, sobre todo de clase obrera, «usan el doble de tiempo las pantalla y es fácil entender por qué», pedirles que lo prohíban «genera polarización y una culpa importante».