La Part Forana está llena de casas con sabor a tradición y con recetas desconocidas para muchos de nosotros, pero solo en Algaida podemos encontrar la verdadera Casa Mallorquina, el restaurante que capitanea el chef Cristian Rivera.
Enfrente de la iglesia se encuentra esta magnífica vivienda, reconvertida, más que rehabilitada, en un restaurante que combina la gastronomía con el arte y una decoración recreada por Monique Catherine, propietaria y alma mater del lugar. A pesar de la historia que atesora el establecimiento, Casa Mallorquina es un restaurante con solo unos meses de vida, pero con todo el brío e ilusión que le otorga su juventud.
—Cristian, cuéntanos ¿quién eres y como has llegado hasta el corazón de Algaida?
—Soy ante todo un cocinero joven, pero con experiencia. Entré en la Escola d’Hosteleria de les Illes Balears con 16 años y estuve formándome. Fue una estancia muy provechosa que me sirvió para iniciar mi camino como profesional.
—Saliste de la isla e iniciaste un periplo que te proporcionó experiencia.
—Así es. Estuve en Irlanda en un restaurante con estrella Michelin, volví a Mallorca al Hotel Valldemossa, marché de nuevo para trabajar, entre otros, junto a Mario Sandoval o Javier Olleros, que también lucen estrellas.
—Con tu experiencia y tu bagaje, ¿qué podemos encontrar en tu restaurante?
—Cuando volví a Mallorca, decidí recuperar el tiempo, parar y volver a empezar con impulso renovado. En Casa Mallorquina pretendo cuidar el producto, hacer elaboraciones que acompañen sin enmascarar su identidad. Estar en la Part Forana exige ofrecer calidad ya que el cliente de Palma no vendrá si no le das algo muy especial. La vajilla o el emplatado son importantes, por supuesto, pero la verdad del plato está en el producto que ofreces.
—Con estas premisas, ¿qué vamos a encontrar en tu menú?
—En primer lugar te diría que no ofrecemos cocina mallorquina, sino producto local. De esta manera, los aperitivos combinan el pan de xeixa y la sobrassada con el crujiente de calamar. A continuación, tomate de verdad junto a una caballa curada con sal y azúcar. Seguimos con un rafael, pescado de proximidad, guisado como un bullit, sin naparlo, con salsas que enmascaren ni oculten su verdadero sabor. No podíamos acabar sin disfrutar de un cordero de la Isla, cocinado a baja temperatura y acompañado de una salsa hecha con el jugo de sus propios huesos, reducida posteriormente en demiglasé.
—Después de este festival que nos ofrece, ¿queda sitio para un postre?
—(Risas). Un menú nunca está completo sin un postre que lo corone. En este caso combinamos un chocolate potente, un cremoso de café, un helado de leche y un bizcocho húmedo de cacao para un final extraordinario.
Los Margalida Llompart de Macià Batle, blancos y tintos maridan con un menú que se antoja más que apetecible.