El Mallorca deja atrás Montjuïc con los bolsillos vacíos y el orgullo intacto. El equipo balear, en un ejercicio de fe y resistencia tan bien entendido como bien ejecutado por Leo Román, hasta ahora su portero suplente, aguantaba medio partido en pie ante un Barça superior y por momentos asfixiante. Solo un gol de Dani Olmo justo al inicio del segundo tiempo derribaba a los de Jagoba Arrasate, que también disfrutaban de su turno de palabra durante una primera mitad abrochada por un gol anulado a Mateu Morey por un estrechísimo fuera de juego (1-0).
El partido iba a jugarse en todo momento bajo las balas, en un constante fuego cruzado. Y aunque la mayoría de los proyectiles caían siempre junto a la portería del Mallorca, el tiroteo lo iniciaban los baleares a los pocos segundos de vuelo. La defensa adelantada y en ocasiones suicida del Barça aún se estaba colocando sobre el tablero cuando Mateu ya había cavado a la espalda de Héctor Fort un túnel desde el que hacer daño. El de Petra pecaba de generoso en la que había sido su casa y la acción moría en el intento de conexión con Larin. No había sido más que un disparo al aire, pero también una evidencia del camino a seguir.
Acostumbrado a recibir ese tipo de avisos, al Barça no iba a costarle volver a empezar como si nada hubiera pasado. Poco a poco al principio, comenzaba a triangular el equipo de Flick, acercándose con el paso de los minutos a una precisión cada vez más rigurosa. Leo se presentaba con una doble parada para desbaratar dos remates de Ferran y Lamine que anunciaban nubarrones y en lo que los catalanes preparaban la descarga el Mallorca encontraba otros dos agujeros por los que meter la cabeza. Ambos inclinados hacia el costado derecho y ambos con el mismo final: un envío incorrecto de Antonio Sánchez. Los de Jagoba habían llegado tres veces a la orilla de Szczesny, pero no habían rematado ninguna.
Lo siguiente fue el chaparrón. La gran tormenta. Leo Román se lucía para desmontar una pieza de orfebrería que habían montado entre Lamine y Dani Olmo y acaparaba después la exclusividad de los focos con sus paradas y reflejos. Gavi mandaba al poste un balón que se había contaminado tras tocar en Mascarell y luego era Araujo el que fallaba casi a puerta vacía. Sobrevivía como podía el Mallorca, que estaba escapando milagrosamente del bombardeo y ya no encontraba rendijas por las que escabullirse.
Cuando el descanso parecía la única tabla de salvamento posible al Mallorca se le iban a abrir, de repente, las puertas del cielo. Darder hacía magia para enlazar con Morey, que entraba como un avión a lo lejos, y el lateral mallorquín fusilaba al portero con la sangre fría de un verdugo. El tiempo se detenía, pero tampoco había sitio para las celebraciones. Ortiz Arias invalidaba la acción de manera instantánea y la jugada ni siquiera se revisaba. La recreación del fuera de juego semiautomático señalaba que el defensa del Mallorca tenía parte del torso por delante. Una lástima. Ya no solo por el golpe que habría supuesto para la trama del encuentro, sino porque iba a dejar en nada la pequeña maravilla que acababan de tejer entre dos jugadores con acento y denominación de origen.
Lejos de asentarse sobre sus propios cimientos, el castillo que había construido el Mallorca iba a venirse abajo nada más volver del descanso. Todo se iba por el desagüe cuando Dani Olmo se colaba entre las juntas de una defensa que se estaba reajustando y lograba lo imposible: batir a Leo. El gol era un enorme suspiro de alivio para un Barcelona que tenía donde quería un partido que corría el riesgo de enredarse. Y un grito de impotencia para un Mallorca que se iba al suelo tras salir seco del aluvión que había soportado poco antes.
No se habían apagado del todo las luces para el Mallorca, que aún seguiría intentándolo. Con casi media hora por delante, Arrasate cambiaba de plan y metía Marc Domenech junto a Larin para intentar desbocar con su frescura a la frágil defensa azulgrana. Algún empujón serio hubo, alguna amenaza a balón parado. Pero nada lo suficientemente potente como para alterar a un Barça que ya miraba de reojo a La Cartuja y que en ataque seguía bailando al compás de los violines de Pedri por mucho que se estrellara, una y otra vez, contra esa pared de piedra ibicenca que había tapando la portería visitante.