Las derrotas contra el Madrid suelen estar presupuestadas y pocos entrenadores, salvo que sean víctimas de algún ataque de optimismo descontrolado, incluyen los tres puntos de esa jornada en los cálculos anuales por la permanencia. Poco importan las estadísticas o los precedentes cercanos, que en este caso salían pintados de verde para el Mallorca. Los blancos, con un ojo en Palma y el otro en su nuevo archienemigo —el Manchester City de Guardiola— no necesitaron vaciar el cargador para seguir extendiendo la alfombra hacia el título y celebrar su vigésimo cuarta victoria en 31 partidos. Poco que objetar. Y menos aún que reprocharle a un Mallorca que, como casi siempre, aguantó la compostura y el tipo.
Al Mallorca, aún con el alma rota por el desamor de la Copa, está un paso más cerca de la meta pese a abrochar otro fin de semana con las manos y la cartera vacías. El calendario que tiene por delante no es precisamente una autopista, pero los que les persiguen necesitan muchos caballos, una brújula y varios barriles de combustible. Los dos próximos partidos, fuera de Son Moix y frente a compañeros de mesa —Sevilla y Cádiz—, son los que marcarán su futuro y los que pueden arrastrarle al vacío, aunque si el ejército de Aguirre proyecta la imagen que viene ofreciendo no debería haber problemas para rellenar los papeles de la permanencia. Eso sí, tampoco vendría mal que algún delantero marcara algún gol algún día.