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Palma

Ajenos a la gran final: «No me gusta el fútbol»

Hubo un sector que prefirió salir a cenar o ver una película en Palma, en un día en que la restauración pinchó en reservas

Miquel Brunet, junto a sus dos acompañantes, prefirió ir al cine. | Jaume Morey

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El escritor Jorge Luis Borges caía mal a los aficionados al fútbol. Era conocido por ser un antifutbolero cada vez que espetaba frases como «el fútbol es popular porque la estupidez es popular». A pesar de la mala fama, hay un sector que le sigue la huella. Hubo una Mallorca que, pese al asombro de muchos, no siguió este sábado la final de la Copa del Rey. Una hora antes de la cita, las principales calles de Palma competían: unas aparecían completamente desérticas; otras, a rebosar de aficionados que peregrinaban hacia la plaza de la Reina.

El ambiente mallorquinista de este sábado pasó desapercibido a ojos de algunos como Pau y Raquel, que después de pedir una cerveza, poco antes de las diez de la noche, en la plaza de España, se percataron de que había partido porque «el bar había terminado las cervezas normales a propósito de la final», destacó él entre risas. «No somos muy futboleros, y ni sabía esto», prosiguió ella.

Raquel y Pau, tomando algo.

Había grupos de amigos que aprovecharon la noche de los bermellones para ir al cine y, de alguna forma buscar ese silencio entre tanto alboroto. Fue como buscar unas horas de anestesia entre amplificadores. «El cine hoy está muy flojo, pero es por la final sin duda», informó Toni, uno de los trabajadores de Aficine. «Nosotros no somos nada aficionados, ni nos gusta el fútbol. Para mí, es un día normal: solemos venir al cine los sábados y luego iremos a cenar», apuntó Toni Brunet, acompañado de dos mujeres. De los pocos espectadores, casi todos acudieron a la sesión nocturna de la película argentina Puan.

El Mallorca se jugaba una final histórica y, a pesar de ello, hubo gente que tampoco le dio tanta importancia. Minutos antes de que comenzara el partido, la plaza de España parecía un punto caliente de aficionados que acudían, con prisa, a plaza de la Reina, y de otros que simplemente iban a cenar o a pasear, como Olatz y su novio Bilal, que ella portaba en su mano dos rosas. Ambos aseguraron que no les gustaba mucho el fútbol y que «aprovechamos una noche así para ir a sitios que no estarán tan llenos». Y a pesar de su indiferencia a este deporte, ella se mojó: «Si tiene que ganar alguien, que sea el Athletic».

Olatz y su novio Bilal.

Pasadas las diez, ya se notó un poco más el silencio en las calles de Palma. La restauración hizo un balance más negativo que positivo. «El día ha sido muy flojo para todos», decían lo mismo los gerentes de los principales locales de la plaza Mayor y Cort. Un extranjero, mientras fumaba un puro, comentó: «¿No ponen una pantalla pública?». Al saber que sí, sonrió a medias y dijo: «Pues igual me paso». Como si fuera un evento cualquiera. Mientras, el barrio Santa Catalina seguía en su línea: poca afición, mucho turista y ganas de salir a bailar: «¡Hoy se sale», gritaba un grupo de amigas españolas, ajenas al gran partido.

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