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Historia

Del Bernabéu a La Cartuja

La final frente al Atlético fue el inicio del idilio que mantiene el Mallorca con la Copa. Mestalla en 1998 y Elche en 2003 han sido la continuidad hasta llegar a Sevilla

Una imagen para la historia del mallorquinismo: el equipo dirigido por Gregorio Manzano levantando el trofeo en el Martínez Valero. | J. TORRES; T. MONSERRAT

| Palma |

Hace 32 años y 9 meses, el Real Mallorca disputaba la primera final de la Copa del Rey de su historia. Fue el 29 de junio de 1991 en el Santiago Bernabéu y ante el Atlético de Madrid de Jesús Gil en el palco y Santos Ovejero en el banquillo. Perdió en la prórroga, en el minuto 111, tras un disparo de Juan Sabas que rechazó Zaki Badou y empujó Alfredo Santaelena. Más de tres décadas después, el Mallorca se prepara para jugar su cuarta final en busca de su segundo título tras el logrado en Elche frente al Recreativo de Huelva (3-0) el 28 de junio de 2003. Entre medias, aquella épica final perdida en Mestalla frente al Barcelona en la tanda de penaltis el 29 de abril de 1998.

1991

Sin apenas tiempo para movilizar a la afición ni para preparar la final —apenas pasaron seis días entre que eliminó al Sporting de Gijón en semifinales y la gran final— el Mallorca preparó como pudo el partido más importante de su historia. El equipo dirigido por Serra Ferrer y con una mezcla de veteranos y de jóvenes mallorquines que comenzaban a despuntar (Soler, Marcos, Del Campo...) y el manacorí Miquel Àngel Nadal que disputaría su último encuentro antes de firmar por el Barcelona, vivió una encerrona con la sede escogida para disputar la gran final: el Santiago Bernabéu y con el Atlético de Madrid como rival. El encuentro, al menos a nivel ambiental, no pudo estar más desigual ya que prácticamente todo el campo era rojiblanco. Los mallorquinistas, unos mil quinientos, aparecían como una mancha roja en la inmensidad del recinto de Chamartín.

El Mallorca, que con una plantilla corta supo competir en ambas competiciones, pudo preparar los cuartos de final con cierto alivio una vez cumplido el objetivo de la salvación. El equipo acabó el curso con una buena racha de nueve partidos sin perder —aunque la mayoría empates— que le permitió amarrar la permanencia, aunque sin demasiada holgura. De hecho, acabó solo un punto por encima del Zaragoza que disputó la promoción de permanencia. Zaki era la figura de un bloque en el que destacaba Miquel Àngel Nadal —vivía sus últimos días antes de recalar en el Barcelona—, los goles de Claudio Barragán y Hassan Nader y la Quinta del Cide, con Paco Soler (entonces de apenas 21 años), Del Campo, Marcos Martín o Gabi Vidal.

Una vez amarrada la salvación en Primera por segunda temporada consecutiva, el equipo enfocó todos los sentidos en el torneo del K.O., cuyas últimas rondas se disputaban entonces una vez finalizada la Liga. Gimnástica de Torrelavega, Sabadell, Oviedo y Elche fueron los primeros rivales antes de plantarse en los cuartos.

El Valencia de Víctor Espárrago fue el rival en esa penúltima ronda. Un gol de Roberto Fernández puso en ventaja la eliminatoria, pero en el partido de vuelta, disputado en un abarrotado Lluís Sitjar, el Mallorca le dio la vuelta gracias a los goles de Claudio, Nadal y Del Campo de penalti en el minuto 60 que certificaron el resultado (3-1) y el pase a las semifinales por primera vez en su historia.

El Sporting de Gijón de Ciriaco Cano se convertía en el último obstáculo. Hassan Nader silenció El Molinón en el partido de ida y Álvaro Cervera, en el último minuto de la vuelta, abría las puertas de la primera final de la Copa del Rey para el Mallorca.

Apenas seis días después de ese duelo, el Mallorca se medía al Atlético de Madrid, verdugo del Barça de Cruyff en semifinales, en el Santiago Bernabéu. El club balear intentó cambiar la sede para que se jugara en Valencia o en Barcelona, pero fue imposible.

Claudio conduce un balón ante la presencia de Solozábal durante la final del 91.

A pesar de la inferioridad numérica en las gradas y de la diferencia de plantilla (Solozábal, Schuster, Manolo o Paulo Futre lideraban a los colchoneros), el Mallorca plantó cara y dispuso incluso de ocasiones. Serra Ferrer puso a Serer sobre Futre y a Chichi Soler, que hasta el tramo final de esa campaña jugaba con el filial en Segunda B, marcando a Schuster. El equipo forzó la prórroga y casi acariciaba los penaltis, donde tenía la bala de Zaki Badou. Pero en el minuto 111, un disparo seco de Juan Sabas que no atrapó el internacional marroquí, acabó en los pies de Alfredo Santaelena para empujar el balón y apartar al equipo balear de la gloria.

Serra Ferrer junto a Ramos Marcos, el árbitro de la final.

1998

El Mallorca puso la guinda a un regreso espectacular a la Primera División después de un lustro por una travesía por el desierto en Segunda División. A falta de tres jornadas para la finalización del campeonato, con el equipo de Cúper peleando por el subcampeonato de Liga, el grupo balear disputó en Mestalla la segunda final de la Copa del Rey de toda su historia. En su camino hasta la cita de Valencia el conjunto bermellón mantuvo una trayectoria firme con marcadores muy apretados. Tras apear con facilidad al Sóller, llegaron cruces muy igualados. La fórmula del valor doble de los goles en campo contrario fue suficiente para dejar en el camino a Las Palmas, Celta y Athletic Club, el gran favorito de esta competición en el año de su Centenario, en una eliminatoria que el técnico Luis Fernández se encargó de calentar.

Ya en semifinales apeó al Deportivo Alavés, verdugo de cuatro Primeras, entre ellos el Real Madrid. Un gol olímpico de Stankovic dio el triunfo en Vitoria y adelantó la fiesta que se celebró días después en un Lluís Sitjar entregado a la causa. Gálvez apuntilló el pase a la final ante el júbilo general.

Nunca tuvo el Mallorca la gloria tan a su alcance como aquel 29 de abril de 1998 en Mestalla. Jovan Stankovic, infalible desde los once metros pero que se encontraba mermado físicamente, vio cómo su lanzamiento de penalti se marchaba fuera de los límites de la portería de Hesp, y poco después, Eskurza también fallaba. El Barça, recostado en su tradicional fortuna, ganaba una Copa del Rey que no se había merecido en ningún momento.

La historia de la final de Copa fue una de las más intensas de la época contemporánea del club. El presidente Beltrán se fijó como objetivo trasladar a Valencia a 12.000 aficionados y no solo lo consiguió sino que incluso superó esa cifra. Aunque tuvo que trabajar hasta la madrugada del mismo día del partido porque una huelga de la naviera Flebasa amenazó seriamente con dejar en tierra a miles de seguidores que tenían que viajar en barco. Incluso algunos de ellos llegaron con el encuentro ya empezado.

Pero el esfuerzo valió la pena. El fondo norte del estadio de Mestalla presentaba un aspecto magnífico con el color rojo presidiendo el ambiente. Y en esa portería llegó el primer gol del partido, en una gran jugada de Amato que remató al fondo de la red Stankovic. Lo más difícil, marcar primero, se había conseguido. El Barcelona pasó a dominar el partido, pero sin ocasiones. Hasta que en la segunda parte un disparo de Rivaldo que iba a las manos de Roa tropezó en la pierna de Valerón y acabó en el fondo de la portería. Era el gol del empate y el inicio del calvario mallorquinista porque el árbitro del encuentro, el aragonés Daudén Ibáñez, se erigió en protagonista y masacró al Mallorca, expulsando exageradamente a Mena y Romero antes del final de los 90 minutos reglamentarios.

Con 1-1 se llegó a la prórroga en la que apareció la figura de Carlos Ángel Roa. El argentino evitó la derrota y llevó al equipo a la tanda de penaltis, donde detuvo los lanzamientos de Rivaldo, Celades y Figo. Stankovic se encontró de repente ante la victoria, pero su disparo se marchó fuera. El Barcelona alzaba los brazos cuando Hesp le detuvo el lanzamiento a Eskurza.

Juan Carlos I consuela a Héctor Cúper tras la final de Mestalla.

2003

A la tercera fue la vencida. El 28 de junio de 2003, después de dos finales perdidas (una en la prórroga y otra en la tanda de penaltis), el Mallorca alzaba los brazos. Levantaba el trofeo más importante de su historia, el que junto a la Supercopa de España del 98, da lustre a sus vitrinas. En Elche, ante el Recreativo de Huelva, el equipo dirigido por Gregorio Manzano se alzaba con el título de campeón de la Copa del Rey. Fue la final de Samuel Etoo. El camerunés, que apenas un par de días antes había sufrido un mazazo por la muerte súbita de su compañero en la selección Marc Vivian Foe, marcó dos de los tres goles que anotó el equipo rojillo. El otro lo consiguió Pandiani.

El once titular que saltó al Martínez Valero estuvo formado por Leo Franco; Cortés, Nadal, Niño, Poli; Riera, Ibagaza, Lozano, Novo; Pandiani y Etoo. Desde el banquillo saltaron en la recta final del choque Marcos, Campano y Carlitos, mientras que no tuvieron minutos Miki y Lussenhoff. Pero en ese plantel había futbolistas también como Campano, Nanu Soler, Robles, Biagini, Tuni y Olaizola. A la batuta Gregorio Manzano, el entrenador que dirigió a un equipo que llegó a jugar de memoria y que tenía al camerunés como el jugador de referencia sobre el terreno de juego.

Esa final fue del Mallorca de principio a fin siendo muy superior a un Recreativo de Huelva que ya había descendido a Segunda División. Pero el camino hacia esa histórica cita no fue fácil. Solventó la primera eliminatoria ganando por la mínima ante la Gramanet y empatando después a cero frente al Hércules. En los octavos se empinó el camino. Se midió al Valladolid (empate a dos en la ida y victoria uno a cuatro en Pucela). En los cuartos le tocó enfrentarse al Real Madrid. El equipo balear hizo bueno el empate a uno de la ida y goleó en Palma cuatro a cero para pasar a semifinales.

De nuevo otro hueso esos años, el Deportivo de la Coruña. Y de nuevo exhibición de los mallorquinistas. Ganó dos a tres en Riazor y empató a uno en Palma. Ese fue el camino hacia una final que le midió a un sorprendente Recreativo, que en la Liga había firmado el descenso, pero en la Copa fue superando a rivales hasta plantarse en la finalísima de Elche.

Esos años la administración del Grupo Zeta estaba ya de salida y el club pasó a manos de un consejo mallorquinizado al máximo en gran parte gracias a la ayuda económica que inyectó Bartolomé Cursach.

Con Mateu Alemany a los mandos, la entidad tomó esa Copa del Rey como un claro mensaje de lo que tenían que ser las cosas de cara al futuro, una piedra sobre la que sentar las bases y seguir adelante. La historia no fue la esperada y los dulces momentos vividos en tierras ilicitanas fueron poco a poco dando paso a cambios radicales de gestión en el seno del club. Pero ese día y en especial esa calurosa noche de finales de junio de hace veinte años, la alegría fue desbordante. Los aficionados, más de quince mil que viajaron a Elche, lo hicieron en esta ocasión sin lo sobresaltos de la anterior final a Valencia.

Elche fue una fiesta de principio a fin. Una de las fotografías que seguro permanece en la mente de muchos aficionados fue la del equipo bajando del autobús antes de entrar al Martínez Valero. En ese momento Samuel Etoo, puño en alto, hizo temblar Elche con su carisma. Ahí empezó a ganarse la final.

No lo tuvo fácil Samuel Etoo en ese partido porque la noche anterior, su gran amigo, Marc-Vivien Foé, internacional por Camerún había fallecido a las pocas horas tras caer desplomado en un partido contra Colombia. Poco antes de la gran final, el delantero reunió a la plantilla, les transmitió que él tenía la cabeza muy centrada en el partido y que tras ganar la Copa, volvería con su selección para honrar el recuerdo de su compañero de selección. Y Etoo jugó esa final y la ganó. Evidentemente con la ayuda de todo el equipo, pero el camerunés lideró a ese Mallorca majestuoso.

Las celebraciones los días posteriores en Palma fueron inolvidables. Autocar descapotable, rúa por las calles, millares de seguidores en las principales vías de Ciutat y las emociones a flor de piel. Hace veinte años que el Mallorca escribió con letras de oro su nombre en las páginas de la historia del fútbol español y ahora parece estar preparado para agrandar su leyenda.

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