Unión y orgullo. Poco después de levantar al cielo de Oviedo la primera Copa del Rey juvenil, técnicos y futbolistas coincidían en su discurso y en los motivos que han permitido al Real Mallorca romper su techo en la competición y conseguir, tras tres finales fallidas, un título histórico. Un éxito que obligará a muchos de sus protagonistas a cumplir con una promesa pactada en su momento. «Teníamos hablado lo del tatuaje», confesaba el portero Joan Pol ante los medios de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). «Y sí, depende la zona, pero espero que se vea bastante, con orgullo», apuntaba.
«Es un orgullo entrenar a este grupo de jugadores que vienen con una varita desde pequeños», señalaba el entrenador bermellón, Carlos Muñoz. «Y quiero acordarme de toda la gente que ha trabajado con todos ellos durante este tiempo y de toda la gente de Son Bibiloni, porque no solo es un trabajo nuestro», destacaba el técnico.
«La Copa nos ilusionaba mucho», admitía Muñoz, que reconocía que contra el Deportivo, en la eliminatoria de cuartos de final que se decidió en Son Bibiloni, comenzó a gestarse algo mágico. «Ahí empezó a salir esa luz de equipo ganador que también ha salido en la final», destacaba. «Hemos ido todos a una», explicaba antes de detallar sus claves: «La unión del grupo, que muchos jugadores se sintieran protagonistas, la dinámica ganadora de la liga, el trabajo diario de mucha gente que no se ve y esa pizca de suerte que hay que tener».
Joan Pol, decisivo en los momentos claves del torneo, se veía ganador desde antes de la tanda: «Con la confianza que teníamos era imposible fallar hoy un penalti. Espero que la próxima vez que se llegue a una final se acuerden de nosotros como nosotros nos hemos acordado de aquella generación que llegó a las finales y no pudo ganarlas. Es un orgullo muy grande», agregaba.