El Mallorca perdió en Girona (5-3) de forma clara y contundente, sin paliativos. Javier Aguirre es culpable y el consejo de administración haría bien en no prolongar la agonía. El mexicano, eso sí, no es el único responsable. Y estoy pensando, evidentemente, en los futbolistas. De hecho, la única explicación para justificar el ridículo es que los jugadores quieran forzar la destitución del entrenador.
El Mallorca es un equipo tan mediocre como simple. Este sábado, el once de Javier Aguirre jugó tres buenos minutos, se adelantó en el marcador y después desapareció. El equipo se desintegró, cedió el esférico al rival, retrasó líneas y se encomendó a la suerte. El plan era aguantar, defender, enviar la pelota lejos de la propia área y poco más. El dominio era asfixiante y parecía evidente que el empate llegaría más pronto que tarde. Los errores eran constantes, las imprecisiones se habían convertido en sistémicas, y el equipo sonrojaba al más flemático de los mallorquinistas. Y en ataque, nada.
No se había cumplido la primera media hora de juego cuando David López empató. El Mallorca estaba contra las cuerdas, era humillado y la remontada no tardó en culminarse. Y al llegar al descanso, el Girona ya ganaba con contundencia (4-1) ante un equipo que apunta a Segunda, pese al triunfo en Vigo aún maquilla la clasificación. La segunda parte ya estaba de más. El Girona marcó uno más ante un Mallorca esperpéntico y el duelo se hizo eterno. No acababa nunca, aunque Prats puso corazón para superar al portero rival en dos ocasiones y maquillar el ridículo.
Girona y Mallorca representan dos modelos de juego antagónicos. Míchel apuesta por el balón, por el trato exquisito con el esférico, por la posesión, por dominar y someter al rival, por el juego de toque… Y el Mallorca… Uff